En esta respuesta utilizamos un texto de Óscar Horta.[1]
Carruthers va a dar también otro argumento para que (únicamente en el caso humano) los seres no adecuados a su estándar de racionalidad puedan disfrutar de alguna clase de protección moral. Apelará a las indeseables consecuencias sociales que tendría lo contrario, dado que la mayoría de la gente consideraría inaceptable que algunos seres humanos fuesen tratados como meros recursos (tal y como dictarían los principios en los que descansaría la propia teoría de este autor). Dirá que muchos se sentirían psicológicamente “incapaces de acatar” tal norma de conducta, y que ello “generaría inestabilidad social”.[2]
Este argumento es distinto de otros que hemos examinado arriba. Hemos visto que ciertos autores han entendido que el daño causado a un ser humano no considerable moralmente puede afligir a algún otro que sí lo sea. En cambio, el argumento de Carruthers no alude directamente al malestar generado, sino solo al posible desorden social que tal malestar podría generar. Cabe suponer que Carruthers, siguiendo la lógica de su planteamiento, debería sostener en este punto una posición semejante a la de Narveson, de forma que el citado malestar le preocupase por sí mismo.
No obstante, hay que dar cuenta también de la postura que expresamente asume Carruthers, pues interesa conocer sus posibilidades de éxito independientemente de la que pueda tener el planteamiento de Narveson. Pasemos a formular, pues, su argumento. Carruthers defiende lo siguiente:
(A1) Está justificado privar de consideración moral a quienes no poseen cierta capacidad P.
(A2) Ni los animales no humanos ni toda una serie de seres humanos poseen cierta capacidad P.
(A3) Hay seres humanos que sí poseen cierta capacidad P.
(A4) No tener en cuenta los intereses de los animales no humanos no tiene por qué dañar a los seres humanos que poseen la capacidad P.
(A5) No tener en cuenta los intereses de los seres humanos que no poseen la capacidad P puede causar una gran indignación entre los seres humanos que sí la poseen que afecte a la estabilidad social.
(A6) La alteración de la estabilidad social puede dañar a los seres humanos que poseen la capacidad P.
(A7) Han de tenerse en cuenta los seres humanos que no poseen la capacidad P, pero no los de los animales no humanos.
Este argumento puede ser objetado como sigue.
(i) Carruthers no mantiene una actitud ecuánime. La vía de crítica más clara a la apelación a la estabilidad social pasa por apuntar que ésta no nos proporciona una explicación de por qué la gente tendría tal opinión sobre una conducta así. Esto es, de por qué la premisa (A5) se cumplirá. En realidad, si nos guiamos por un planteamiento como el de Carruthers parece absurdo que esto ocurra, pues ha quedado claro hacia quién debemos dirigir nuestra atención y hacia quién no. De nuevo, como en el caso anterior, estamos ante una solución que no podrá resultar satisfactoria. Carruthers se esfuerza en intentar convencer a quienes tienen la convicción arraigada de que se debe considerar moralmente a los animales no humanos de que están equivocados. Sin embargo, no asume tales esfuerzos a la hora de intentar convencer a quienes opinan que se debe considerar moralmente a todos los humanos. Esto no parece consistente.
Da la impresión de que Carruthers parte de creencias previas acerca de quién debe ser considerado que marcan aquí la diferencia.
(ii) Paralelismos. Por otra parte, no parece que un razonamiento de este tipo resulte compatible con muchas de las convicciones que tenemos. Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de nuestra visión de ciertas posiciones morales sostenidas de forma general en el pasado (que aún son, de hecho, mantenidas por muchos hoy día, si bien sin disfrutar hoy del amplio apoyo social del que gozaron antaño). Podemos pensar en el caso de la estabilidad social en la democracia ateniense, asentada sobre la discriminación y consiguiente explotación de la población esclava a manos de aquellos que poseían en exclusiva participar en la suerte de “pacto social” entonces vigente. En la defensa de la esclavitud se jugaba la organización de todo un modelo económico y, junto a esto, de la organización de una determinada sociedad. Y, sin embargo, los argumentos para cuestionar hasta su raíz el esclavismo resultan lo suficientemente concluyentes para que la mayoría de nosotros lo censuremos, a pesar del papel que pudiese jugar en el mantenimiento de todo un orden social. Y lo mismo podemos pensar de cualquier otra sociedad esclavista u opresora.
En definitiva, parece muy discutible que el cuestionamiento de un modelo discriminatorio pueda ser impedido apelando a su grado de aceptación social.
Carruthers va a dar también otro argumento para que (únicamente en el caso humano) los seres no adecuados a su estándar de racionalidad puedan disfrutar de alguna clase de protección moral. Apelará a las indeseables consecuencias sociales que tendría lo contrario, dado que la mayoría de la gente consideraría inaceptable que algunos seres humanos fuesen tratados como meros recursos (tal y como dictarían los principios en los que descansaría la propia teoría de este autor). Dirá que muchos se sentirían psicológicamente “incapaces de acatar” tal norma de conducta, y que ello “generaría inestabilidad social”.[2]
Este argumento es distinto de otros que hemos examinado arriba. Hemos visto que ciertos autores han entendido que el daño causado a un ser humano no considerable moralmente puede afligir a algún otro que sí lo sea. En cambio, el argumento de Carruthers no alude directamente al malestar generado, sino solo al posible desorden social que tal malestar podría generar. Cabe suponer que Carruthers, siguiendo la lógica de su planteamiento, debería sostener en este punto una posición semejante a la de Narveson, de forma que el citado malestar le preocupase por sí mismo.
No obstante, hay que dar cuenta también de la postura que expresamente asume Carruthers, pues interesa conocer sus posibilidades de éxito independientemente de la que pueda tener el planteamiento de Narveson. Pasemos a formular, pues, su argumento. Carruthers defiende lo siguiente:
(A1) Está justificado privar de consideración moral a quienes no poseen cierta capacidad P.
(A2) Ni los animales no humanos ni toda una serie de seres humanos poseen cierta capacidad P.
(A3) Hay seres humanos que sí poseen cierta capacidad P.
(A4) No tener en cuenta los intereses de los animales no humanos no tiene por qué dañar a los seres humanos que poseen la capacidad P.
(A5) No tener en cuenta los intereses de los seres humanos que no poseen la capacidad P puede causar una gran indignación entre los seres humanos que sí la poseen que afecte a la estabilidad social.
(A6) La alteración de la estabilidad social puede dañar a los seres humanos que poseen la capacidad P.
(A7) Han de tenerse en cuenta los seres humanos que no poseen la capacidad P, pero no los de los animales no humanos.
Este argumento puede ser objetado como sigue.
(i) Carruthers no mantiene una actitud ecuánime. La vía de crítica más clara a la apelación a la estabilidad social pasa por apuntar que ésta no nos proporciona una explicación de por qué la gente tendría tal opinión sobre una conducta así. Esto es, de por qué la premisa (A5) se cumplirá. En realidad, si nos guiamos por un planteamiento como el de Carruthers parece absurdo que esto ocurra, pues ha quedado claro hacia quién debemos dirigir nuestra atención y hacia quién no. De nuevo, como en el caso anterior, estamos ante una solución que no podrá resultar satisfactoria. Carruthers se esfuerza en intentar convencer a quienes tienen la convicción arraigada de que se debe considerar moralmente a los animales no humanos de que están equivocados. Sin embargo, no asume tales esfuerzos a la hora de intentar convencer a quienes opinan que se debe considerar moralmente a todos los humanos. Esto no parece consistente.
Da la impresión de que Carruthers parte de creencias previas acerca de quién debe ser considerado que marcan aquí la diferencia.
(ii) Paralelismos. Por otra parte, no parece que un razonamiento de este tipo resulte compatible con muchas de las convicciones que tenemos. Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de nuestra visión de ciertas posiciones morales sostenidas de forma general en el pasado (que aún son, de hecho, mantenidas por muchos hoy día, si bien sin disfrutar hoy del amplio apoyo social del que gozaron antaño). Podemos pensar en el caso de la estabilidad social en la democracia ateniense, asentada sobre la discriminación y consiguiente explotación de la población esclava a manos de aquellos que poseían en exclusiva participar en la suerte de “pacto social” entonces vigente. En la defensa de la esclavitud se jugaba la organización de todo un modelo económico y, junto a esto, de la organización de una determinada sociedad. Y, sin embargo, los argumentos para cuestionar hasta su raíz el esclavismo resultan lo suficientemente concluyentes para que la mayoría de nosotros lo censuremos, a pesar del papel que pudiese jugar en el mantenimiento de todo un orden social. Y lo mismo podemos pensar de cualquier otra sociedad esclavista u opresora.
En definitiva, parece muy discutible que el cuestionamiento de un modelo discriminatorio pueda ser impedido apelando a su grado de aceptación social.
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Horta, Óscar. "El fracaso de las respuestas al argumento de la superposición de especies. Parte 2: consideración honoraria y evaluación general del argumento". Astrolabio: revista internacional de filosofía, ISSN 1699-7549, Nº. 10, 2010 , págs. 91-92.
[2] Carruthers, Peter, The Animals Issue: Moral Theory in Practice, Cambridge University Press, Cambridge, 1992, p. 117.