Renzo Llorente es profesor de Filosofía en Saint Louis University (Madrid) y es autor de numerosos artículos sobre filosofía política, ética aplicada y filosofía latinoamericana. Su artículo «El marxismo y la cuestión de la especie» fue publicado en el número 125 de la «Revista Viento Sur», en noviembre de 2012, (pags. 59-67).
La publicación de este artículo en RespuestasVeganas.Org no implica necesariamente estar de acuerdo con todas y cada una de las ideas expresadas por su autor; sin embargo, considero interesante su publicación por la aportación que puede hacer al movimiento abolicionista por los Derechos Animales (derecho a la salud y a la vida).
Como es sabido, Marx afirmaba que la liberación del proletariado traería consigo una “emancipación universal” (Marx, 1982, p. 501; cf. pp. 499-500), la cual suele identificarse con un mundo en el que ha sido eliminada toda expresión de explotación, dominación y opresión (o al menos las manifestaciones sistémicas de estos males). Si bien esta tesis de Marx ha sido discutida y criticada en repetidas ocasiones(1), tanto por los detractores del marxismo como por los que pertenecen a grupos oprimidos distintos del proletariado, muy pocas personas parecen haber reparado en la exclusión implícita de los animales no humanos de la esperada emancipación universal. Millones de animales no humanos son sometidos a la explotación, dominación y opresión, y por tanto sería de esperar que ellos también se beneficiaran de una emancipación universal, entendida en el sentido marxista. Aun así, dentro de la tradición marxista son contados las y los teóricos que han reconocido la necesidad de replantear la noción de “emancipación universal” a fin de que abarque también la liberación de los animales no humanos(2). De hecho, por lo general las y los marxistas han mostrado incomprensión, indiferencia o incluso cierto desprecio hacia el movimiento por la liberación animal(3), a pesar de manifestar simpatía y solidaridad hacia otros movimientos sociales que también han surgido y se han consolidado durante las últimas décadas (por ejemplo, el movimiento ecologista, el movimiento feminista o el movimiento por la liberación de los gays y lesbianas).
En este ensayo presento algunas consideraciones que respaldan la tesis de que las y los marxistas deben reconocer y defender las necesidades de animales no humanos que sufren formas de opresión, explotación y dominación diseñadas y sostenidas por seres humanos. Si mis argumentos están en lo cierto, los marxistas deberían incluir la liberación animal entre sus reivindicaciones, y deberían hacerlo por las mismas razones que los llevan a comprometerse con la liberación de la clase trabajadora y otros grupos oprimidos(4).
Contrariamente a lo que muchos tienden a creer, existen varias afinidades fundamentales entre el marxismo y el movimiento por la liberación animal, como Ted Benton ya observó hace casi dos décadas, en su libro Natural Relations (Relaciones Naturales). ¿Cuáles son estas afinidades? Veamos algunas de ellas brevemente y empecemos con los paralelismos más obvios, pero importantes, entre estas dos tradiciones.
Podemos constatar, en primer lugar, uno de los paralelismos más llamativos entre la liberación animal y el marxismo en el hecho de que las estructuras y los métodos de explotación, dominación y opresión sistemáticas a las que se enfrentan los dos movimientos son extraordinariamente parecidos. Consideremos, por ejemplo, una de las principales preocupaciones de quienes abogan por la liberación animal: el sistema de cría y gestión de los animales conocido comúnmente como “la granja industrial”. La motivación que lleva a quienes se interesan por el bienestar de los animales a condenar las granjas industriales se centra en los innumerables daños que sufren los animales criados en estas condiciones, los cuales generalmente incluyen severas limitaciones al desarrollo, funcionamiento y comportamiento normales de los animales, así como formas de tratamiento que tienden a producir un dolor físico agudo, las más de las veces sin ninguna posibilidad de alivio. Aunque las críticas a las granjas industriales centradas en estos males se entienden fácilmente, no se suele apreciar el gran parecido entre estas críticas –sobre todo cuando se exponen con detalle– y las denuncias de las y los marxistas con respecto a la organización del trabajo en una típica fábrica capitalista. Pero resulta que, como señala Benton muy acertadamente,
No es sorprendente, por tanto, que muchas categorías analíticas marxistas también se presenten como las herramientas más adecuadas para fundamentar una condena de las granjas industriales.
Otro importante paralelismo entre el marxismo y el movimiento por la liberación animal se debe al hecho de que se utilicen métodos y técnicas muy similares para ocultar y mantener tanto el maltrato de los animales encerrados en las granjas industriales como la opresión de los trabajadores bajo el capitalismo. Es decir, existe un parecido evidente con respecto a los métodos o técnicas que dificultan una posible concienciación acerca de las injusticias inherentes en nuestro sistema actual de producción de alimentos y los que se emplean para ocultar las injusticias presentes en el sistema capitalista de producción de mercancías y de provisión de servicios. Al analizar el capitalismo críticamente, las y los marxistas deben bregar con la complejidad del proceso de producción y distribución, así como con las técnicas de marketing y con los mecanismos ideológicos que impiden apreciar los daños padecidos -un ambiente laboral insalubre, una remuneración inadecuada, una ausencia total de autonomía laboral, una división del trabajo opresora, una estructuración rígida de las rutinas ocupacionales, etc.- en la creación de muchos de los bienes y servicios que disfrutamos y cuya disponibilidad damos por sentada. Del mismo modo es evidente, tal como afirma Benton en un artículo escrito en colaboración con Simon Redfearn, que
Una tercera similitud básica entre el marxismo y la liberación animal tiene que ver con sus respectivas pretensiones emancipatorias y el radicalismo de sus planteamientos frente a la sociedad actual. Con respecto a las pretensiones emancipatorias de la liberación animal, cabe destacar que, al igual que ocurre en el caso del marxismo, se suele afirmar que la liberación animal trasciende los intereses seccionales de un grupo oprimido y serviría a su vez para eliminar otras formas de opresión, a saber, algunas formas de opresión humana. En palabras de Peter Singer, “La liberación de los animales es, también, la liberación de los humanos” (Singer, 1999, p. 25). La “liberación” a la que Singer alude en este pasaje tiene que ver con el beneficio que recibirían los seres humanos desnutridos como consecuencia de la adopción universal del vegetarianismo, dado el derroche masivo generado por el presente sistema de producción de carne. Pero afirmar que la liberación animal traería consigo la liberación humana también ha sido interpretado en términos de una liberación gustativa, en el sentido de que poner fin a la dependencia psicológico-cultural de una dieta basada en el consumo de carne posibilitaría la aparición de nuevos gustos y apetitos, al tiempo que nos impulsaría a satisfacerlos. Por otro lado, hay quienes sostienen que la liberación animal acarrearía una especie de liberación humana también en la medida en que la inclusión de (al menos algunos) animales dentro de la comunidad moral y el debido reconocimiento de nuestras obligaciones morales para con ellos nos permitiría alcanzar una mayor coherencia ética y realzaría así nuestro calibre moral(5).
Respecto al radicalismo del movimiento “animalista”, la consecución de la liberación animal supondría una transformación radical de nuestras sociedades por la redefinición de la comunidad moral que conlleva. Como ha señalado Steven Sapontzis, “los animales forman el grupo más extensa y completamente explotado en la tierra. Por tanto, liberar a los animales tendría el mayor impacto en nuestras vidas de cualquier movimiento de reforma moral hasta ahora” (Sapontzis, 1987, p. 197; traducción propia). La tesis de Sapontzis no supone ninguna exageración: un cambio profundo en el estatus moral que otorgamos a muchos tipos de animales no humanos y la correspondiente redefinición de nuestros deberes hacia ellos provocaría, sin duda alguna, una transformación radical en numerosísimas costumbres, leyes, instituciones, etc. Sin ir más lejos, la adopción generalizada del vegetarianismo exigiría unos cambios muy considerables en nuestro estilo de vida personal, por no hablar de la extensa reestructuración socioeconómica que tal medida haría necesaria.
Este radicalismo es, dicho sea de paso, una de las razones por las que mucha gente percibe la liberación animal como un movimiento vagamente amenazante y hasta subversivo, lo cual nos recuerda la inquietud que la perspectiva de una revolución socialista produce incluso entre algunas de las personas que más se beneficiarían de ella. Es más, es probable que un compromiso con la liberación animal, acompañado de la adopción del vegetarianismo moral que normalmente conlleva, suscite aún más hostilidad e incomprensión entre los demás (o sea, entre los que no comparten este compromiso) que, por ejemplo, una defensa de un punto de vista ultra-izquierdista ante los que tienen una postura muy conservadora. Aunque hay, seguramente, varias razones que explican esta actitud hacia los que han abrazado la causa de la liberación animal, quizá la más decisiva tenga que ver con el cuestionamiento de identidad cultural que el compromiso con la liberación animal conlleva. No olvidemos que comprometerse con la causa de la liberación animal obliga a repensar y modificar varias actividades, tales como las comidas, que por lo general se consideran “pre-políticas” y moralmente neutrales; las exigencias de los defensores de la liberación animal tienden a ser percibidas, por tanto, como especialmente alienantes: ellos parecen poner en duda y politizar algunas de la actividades y relaciones que forman la base de nuestros vínculos más básicos con familiares y amigos. Y huelga decir que ello no puede dejar de afectar a dichos vínculos.
Lo que acabo de describir son, a mi entender, las afinidades y semejanzas más destacables entre el marxismo y la liberación animal en un plano un tanto superficial, o en todo caso en el plano práctico y político. Pero existe también una afinidad normativa entre el marxismo y la liberación animal a un nivel mucho más fundamental –es decir, en un orden teórico–, la cual explica la naturaleza de la condena de la dominación, explotación y opresión que es común a los dos movimientos. Esta afinidad consiste principalmente en un compromiso con el igualitarismo radical. En el caso de la liberación animal, este compromiso se plasma en la afirmación del principio de igual consideración de intereses.[1]
Dicho principio nos obliga a “otorgar el mismo peso moral a los intereses relevantemente similares de individuos diferentes” (DeGrazia, 1998, p. 163; traducción propia). Es decir, si suscribimos el principio de “igual consideración de intereses” y algunos intereses similares de individuos distintos se ven afectados de la misma manera (teniendo en cuenta las diferencias entre los portadores de dichos intereses), debemos conceder a estos intereses la misma consideración. Así pues, según este principio el interés de dos individuos en evitar cierto dolor o sufrimiento, por ejemplo, debería recibir la misma consideración, aunque uno de estos individuos no sea un ser humano. Por tanto, si se somete a dos seres a niveles de dolor que constituyen, dadas sus capacidades respectivas, grados comparables de sufrimiento o zozobra, el mal moral del dolor infligido debería ser considerado el mismo en los dos casos(6).
Está claro, en fin, que se debe considerar el principio de “igual consideración de intereses” la expresión de un igualitarismo radical, puesto que este principio nos obliga a tener presentes los intereses de todos los seres afectados por un acto o una práctica, independientemente de la especie a la que pertenezcan. Por consiguiente, en la medida en que este principio sirve como fundamento para la liberación animal, cabe afirmar que la base moral de este movimiento reside en un igualitarismo radical.
En cuanto al marxismo, el compromiso con una forma de igualitarismo radical es también fundamental, si bien menos explícito. Se puede apreciar, por ejemplo, en el conocido pasaje del Anti-Dühring en el que Engels aclara que la “supresión de las clases” constituye “el contenido real de la exigencia proletaria de igualdad” (Engels, 1968, p. 96; cursiva en el original). La desaparición de las clases constituiría una forma de igualitarismo radical, ya que, además de ofrecer una igualdad mucho más profunda que la que encontramos en los otros modelos estándares de igualdad política y social, dicho orden social seguramente no dejaría de producir una “igualdad de condición” parecida a la que convencionalmente está asociada precisamente con el término igualitarismo radical. Pero hay otro pasaje de la obra de Marx y Engels que también expresa el compromiso marxista con un igualitarismo radical y que además formula dicho compromiso de manera que resulta más o menos equivalente al principio de “igual consideración de intereses”. Este pasaje aparece en la Crítica del Programa de Gotha y constituye una de la más conocidas consignas de Marx: “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” (Marx, 1971, p. 24)(7). La semejanza de este principio con el de “igual consideración de intereses” es muy llamativa, y lo es más aún una vez que reconocemos que las “necesidades”, en el sentido de la consigna de Marx, pueden interpretarse como “intereses esenciales generales”(8). Por lo tanto, insistir en que el trato que alguien recibe se debe determinar en función de sus necesidades equivale a decir, en la práctica, que el trato que recibe debe determinarse en función de ciertos intereses que tiene. Como, además, es de suponer que Marx y Engels defienden la misma consideración para todos –el único procedimiento coherente en una sociedad en la que las divisiones de clase han sido suprimidas–, el principio enunciado por Marx viene a significar aproximadamente lo mismo que el de “igual consideración de intereses”, el cual es, como acabamos de ver, precisamente el principio que suelen invocar los animalistas al exigir una mayor consideración para con el bienestar de los animales.
Como he tratado de demostrar en las líneas anteriores, existen muchas afinidades básicas, y hasta fundamentos normativos similares, entre el marxismo y la liberación animal. Si es así, ¿cómo explicar el hecho de que por lo general las y los marxistas no se tomen en serio las pretensiones del movimiento por la liberación animal?
Si hay muchas razones que llevan a la gran mayoría de las y los marxistas a desatender la causa de la liberación animal, la más decisiva, sin lugar a dudas, es la misma razón por la cual la mayoría de las personas, sea cual sea su inclinación política, continúa mostrando indiferencia o desdén hacia este movimiento: a saber, una adherencia más o menos consciente al especismo[2]. En su sentido más amplio, el especismo se refiere a cualquier discriminación en función de la especie. Es decir, practicamos el especismo siempre que tratamos los intereses de otras especies (o los de miembros determinados de otras especies) con menos consideración que la que damos a similares intereses humanos y por la sencilla razón de que los portadores de aquellos intereses no son seres humanos. (Cuando se trata de intereses que los seres humanos no tienen, el especismo se refleja en la tendencia a desatender estos intereses completamente o a otorgarles sólo la más mínima consideración.)
Si es cierto que el especismo explica la indiferencia hacia la liberación animal en el caso de la mayoría de las y los marxistas, nos deberíamos plantear dos interrogantes: ¿Es el especismo moralmente defendible?; y: ¿Hay algún componente del marxismo que lo obligue a abrazar el especismo?
Con respecto a la primera pregunta, me limitaré a decir que considero el especismo filosóficamente insostenible y que una justificación coherente del especismo aún está por aparecer(9). En cuanto a la segunda pregunta, parece evidente que no existen elementos esenciales al marxismo que lo condenen a una postura especista, ya nos centremos en cuestiones en mayor o menor grado prácticas y políticas o bien nos ocupemos de consideraciones más fundacionales. No hay ninguna razón práctica o política porque no existen conflictos de interés esenciales entre las víctimas de la opresión de clase y los animales no humanos oprimidos. Dicho crudamente, la defensa de los intereses de los animales no perjudica los intereses de la clase obrera, dado que no tiene que afectar negativamente a los intereses económicos de dicha clase, ni supone un impedimento para la consecución de sus objetivos políticos, ni sirve para reforzar la estabilidad estructural del capitalismo(10).
En lo que respecta a la teoría, hay menos razón aún para pensar que el marxismo presupone o implica alguna aceptación del especismo. Ello es así porque un materialismo consecuente –y máxime un materialismo asentado en una explicación evolutiva del desarrollo de los seres humanos– es incompatible con el supuesto de una oposición radical entre los seres humanos y todas las demás especies, el cual suele ser una premisa esencial del especismo. Hay, además, otra razón, vinculada a la orientación moral del marxismo que he comentado antes, para suponer que el marxismo no tiene que basarse en ningún tipo de especismo y es que, como subraya Benton, “para el principio socialista de justicia distributiva (plasmada en la famosa consigna de la Crítica del Programa de Gotha)…no existe un obstáculo ontológico para su extensión más allá de las fronteras de las especies” (Benton, 1993, p. 212; traducción propia). Del mismo modo que aplicar este principio únicamente a un sexo, a una raza, a un grupo étnico, etc. sería basar su aplicación en criterios moralmente arbitrarios, también sería arbitrario restringir su aplicación según criterios de especie, o sea, restringir su aplicación a los seres humanos. Entonces, si consideramos el principio “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” un componente esencial del marxismo y este principio no implica ninguna forma de discriminación en función de la especie, se puede concluir que no hay ningún motivo para que ni el marxismo ni la concepción de sociedad comunista que este movimiento reivindica tengan una orientación especista. Por lo demás, si de la sociedad comunista se trata, merece la pena recordar que el propio Engels sostiene que el establecimiento de una sociedad sin clases facilitará u operará un notable progreso moral (Engels, 1968, p. 83)(11). Pues bien, si el progreso moral exige la superación del especismo (por ser moralmente insostenible) y la sociedad comunista habrá de generar progreso moral, es de esperar que el conjunto de preceptos que sustituya una moralidad sesgada por la influencia de las divisiones de clase estará exento del especismo que ha caracterizado casi todos los códigos y actitudes morales a lo largo de la historia humana.
En este breve artículo me he planteado aclarar algunas de las afinidades, tanto teóricas como prácticas, entre el marxismo y el movimiento por la liberación animal, y de esta manera ayudar a impulsar un acercamiento del primero al segundo. Si se produce este acercamiento y el marxismo integra en su postura política un compromiso con los animales explotados y oprimidos, se podrá afirmar con más razón aún que la liberación que el marxismo promete se aproxima a una liberación verdaderamente universal.
La publicación de este artículo en RespuestasVeganas.Org no implica necesariamente estar de acuerdo con todas y cada una de las ideas expresadas por su autor; sin embargo, considero interesante su publicación por la aportación que puede hacer al movimiento abolicionista por los Derechos Animales (derecho a la salud y a la vida).
Como es sabido, Marx afirmaba que la liberación del proletariado traería consigo una “emancipación universal” (Marx, 1982, p. 501; cf. pp. 499-500), la cual suele identificarse con un mundo en el que ha sido eliminada toda expresión de explotación, dominación y opresión (o al menos las manifestaciones sistémicas de estos males). Si bien esta tesis de Marx ha sido discutida y criticada en repetidas ocasiones(1), tanto por los detractores del marxismo como por los que pertenecen a grupos oprimidos distintos del proletariado, muy pocas personas parecen haber reparado en la exclusión implícita de los animales no humanos de la esperada emancipación universal. Millones de animales no humanos son sometidos a la explotación, dominación y opresión, y por tanto sería de esperar que ellos también se beneficiaran de una emancipación universal, entendida en el sentido marxista. Aun así, dentro de la tradición marxista son contados las y los teóricos que han reconocido la necesidad de replantear la noción de “emancipación universal” a fin de que abarque también la liberación de los animales no humanos(2). De hecho, por lo general las y los marxistas han mostrado incomprensión, indiferencia o incluso cierto desprecio hacia el movimiento por la liberación animal(3), a pesar de manifestar simpatía y solidaridad hacia otros movimientos sociales que también han surgido y se han consolidado durante las últimas décadas (por ejemplo, el movimiento ecologista, el movimiento feminista o el movimiento por la liberación de los gays y lesbianas).
En este ensayo presento algunas consideraciones que respaldan la tesis de que las y los marxistas deben reconocer y defender las necesidades de animales no humanos que sufren formas de opresión, explotación y dominación diseñadas y sostenidas por seres humanos. Si mis argumentos están en lo cierto, los marxistas deberían incluir la liberación animal entre sus reivindicaciones, y deberían hacerlo por las mismas razones que los llevan a comprometerse con la liberación de la clase trabajadora y otros grupos oprimidos(4).
Contrariamente a lo que muchos tienden a creer, existen varias afinidades fundamentales entre el marxismo y el movimiento por la liberación animal, como Ted Benton ya observó hace casi dos décadas, en su libro Natural Relations (Relaciones Naturales). ¿Cuáles son estas afinidades? Veamos algunas de ellas brevemente y empecemos con los paralelismos más obvios, pero importantes, entre estas dos tradiciones.
Podemos constatar, en primer lugar, uno de los paralelismos más llamativos entre la liberación animal y el marxismo en el hecho de que las estructuras y los métodos de explotación, dominación y opresión sistemáticas a las que se enfrentan los dos movimientos son extraordinariamente parecidos. Consideremos, por ejemplo, una de las principales preocupaciones de quienes abogan por la liberación animal: el sistema de cría y gestión de los animales conocido comúnmente como “la granja industrial”. La motivación que lleva a quienes se interesan por el bienestar de los animales a condenar las granjas industriales se centra en los innumerables daños que sufren los animales criados en estas condiciones, los cuales generalmente incluyen severas limitaciones al desarrollo, funcionamiento y comportamiento normales de los animales, así como formas de tratamiento que tienden a producir un dolor físico agudo, las más de las veces sin ninguna posibilidad de alivio. Aunque las críticas a las granjas industriales centradas en estos males se entienden fácilmente, no se suele apreciar el gran parecido entre estas críticas –sobre todo cuando se exponen con detalle– y las denuncias de las y los marxistas con respecto a la organización del trabajo en una típica fábrica capitalista. Pero resulta que, como señala Benton muy acertadamente,
gran parte del contenido del contraste de Marx entre una vida humana llena o emancipada y una existencia deshumanizada y enajenada puede también aplicarse al análisis de las condiciones impuestas por regímenes de cría intensiva (es decir, el sistema que rige las “granjas industriales”) en el caso de los animales no humanos (Benton, 1993, p. 59; traducción propia).
No es sorprendente, por tanto, que muchas categorías analíticas marxistas también se presenten como las herramientas más adecuadas para fundamentar una condena de las granjas industriales.
Otro importante paralelismo entre el marxismo y el movimiento por la liberación animal se debe al hecho de que se utilicen métodos y técnicas muy similares para ocultar y mantener tanto el maltrato de los animales encerrados en las granjas industriales como la opresión de los trabajadores bajo el capitalismo. Es decir, existe un parecido evidente con respecto a los métodos o técnicas que dificultan una posible concienciación acerca de las injusticias inherentes en nuestro sistema actual de producción de alimentos y los que se emplean para ocultar las injusticias presentes en el sistema capitalista de producción de mercancías y de provisión de servicios. Al analizar el capitalismo críticamente, las y los marxistas deben bregar con la complejidad del proceso de producción y distribución, así como con las técnicas de marketing y con los mecanismos ideológicos que impiden apreciar los daños padecidos -un ambiente laboral insalubre, una remuneración inadecuada, una ausencia total de autonomía laboral, una división del trabajo opresora, una estructuración rígida de las rutinas ocupacionales, etc.- en la creación de muchos de los bienes y servicios que disfrutamos y cuya disponibilidad damos por sentada. Del mismo modo es evidente, tal como afirma Benton en un artículo escrito en colaboración con Simon Redfearn, que
las formas institucionales y las imágenes difundidas por las campañas de marketing de la industria cárnica conspiran para asegurar que el proceso desaparece en el producto’ de modo aún más decisivo que en el caso de todos los demás productos de consumo. Los consumidores de carne cada vez más frecuentemente adquieren dicho producto en formas altamente procesadas, envuelto de tal modo que no evocan para nada su naturaleza de cadáver de animal muerto (Benton y Redfearn, 1996, p. 47; traducción propia).
Una tercera similitud básica entre el marxismo y la liberación animal tiene que ver con sus respectivas pretensiones emancipatorias y el radicalismo de sus planteamientos frente a la sociedad actual. Con respecto a las pretensiones emancipatorias de la liberación animal, cabe destacar que, al igual que ocurre en el caso del marxismo, se suele afirmar que la liberación animal trasciende los intereses seccionales de un grupo oprimido y serviría a su vez para eliminar otras formas de opresión, a saber, algunas formas de opresión humana. En palabras de Peter Singer, “La liberación de los animales es, también, la liberación de los humanos” (Singer, 1999, p. 25). La “liberación” a la que Singer alude en este pasaje tiene que ver con el beneficio que recibirían los seres humanos desnutridos como consecuencia de la adopción universal del vegetarianismo, dado el derroche masivo generado por el presente sistema de producción de carne. Pero afirmar que la liberación animal traería consigo la liberación humana también ha sido interpretado en términos de una liberación gustativa, en el sentido de que poner fin a la dependencia psicológico-cultural de una dieta basada en el consumo de carne posibilitaría la aparición de nuevos gustos y apetitos, al tiempo que nos impulsaría a satisfacerlos. Por otro lado, hay quienes sostienen que la liberación animal acarrearía una especie de liberación humana también en la medida en que la inclusión de (al menos algunos) animales dentro de la comunidad moral y el debido reconocimiento de nuestras obligaciones morales para con ellos nos permitiría alcanzar una mayor coherencia ética y realzaría así nuestro calibre moral(5).
Respecto al radicalismo del movimiento “animalista”, la consecución de la liberación animal supondría una transformación radical de nuestras sociedades por la redefinición de la comunidad moral que conlleva. Como ha señalado Steven Sapontzis, “los animales forman el grupo más extensa y completamente explotado en la tierra. Por tanto, liberar a los animales tendría el mayor impacto en nuestras vidas de cualquier movimiento de reforma moral hasta ahora” (Sapontzis, 1987, p. 197; traducción propia). La tesis de Sapontzis no supone ninguna exageración: un cambio profundo en el estatus moral que otorgamos a muchos tipos de animales no humanos y la correspondiente redefinición de nuestros deberes hacia ellos provocaría, sin duda alguna, una transformación radical en numerosísimas costumbres, leyes, instituciones, etc. Sin ir más lejos, la adopción generalizada del vegetarianismo exigiría unos cambios muy considerables en nuestro estilo de vida personal, por no hablar de la extensa reestructuración socioeconómica que tal medida haría necesaria.
Este radicalismo es, dicho sea de paso, una de las razones por las que mucha gente percibe la liberación animal como un movimiento vagamente amenazante y hasta subversivo, lo cual nos recuerda la inquietud que la perspectiva de una revolución socialista produce incluso entre algunas de las personas que más se beneficiarían de ella. Es más, es probable que un compromiso con la liberación animal, acompañado de la adopción del vegetarianismo moral que normalmente conlleva, suscite aún más hostilidad e incomprensión entre los demás (o sea, entre los que no comparten este compromiso) que, por ejemplo, una defensa de un punto de vista ultra-izquierdista ante los que tienen una postura muy conservadora. Aunque hay, seguramente, varias razones que explican esta actitud hacia los que han abrazado la causa de la liberación animal, quizá la más decisiva tenga que ver con el cuestionamiento de identidad cultural que el compromiso con la liberación animal conlleva. No olvidemos que comprometerse con la causa de la liberación animal obliga a repensar y modificar varias actividades, tales como las comidas, que por lo general se consideran “pre-políticas” y moralmente neutrales; las exigencias de los defensores de la liberación animal tienden a ser percibidas, por tanto, como especialmente alienantes: ellos parecen poner en duda y politizar algunas de la actividades y relaciones que forman la base de nuestros vínculos más básicos con familiares y amigos. Y huelga decir que ello no puede dejar de afectar a dichos vínculos.
Lo que acabo de describir son, a mi entender, las afinidades y semejanzas más destacables entre el marxismo y la liberación animal en un plano un tanto superficial, o en todo caso en el plano práctico y político. Pero existe también una afinidad normativa entre el marxismo y la liberación animal a un nivel mucho más fundamental –es decir, en un orden teórico–, la cual explica la naturaleza de la condena de la dominación, explotación y opresión que es común a los dos movimientos. Esta afinidad consiste principalmente en un compromiso con el igualitarismo radical. En el caso de la liberación animal, este compromiso se plasma en la afirmación del principio de igual consideración de intereses.[1]
Dicho principio nos obliga a “otorgar el mismo peso moral a los intereses relevantemente similares de individuos diferentes” (DeGrazia, 1998, p. 163; traducción propia). Es decir, si suscribimos el principio de “igual consideración de intereses” y algunos intereses similares de individuos distintos se ven afectados de la misma manera (teniendo en cuenta las diferencias entre los portadores de dichos intereses), debemos conceder a estos intereses la misma consideración. Así pues, según este principio el interés de dos individuos en evitar cierto dolor o sufrimiento, por ejemplo, debería recibir la misma consideración, aunque uno de estos individuos no sea un ser humano. Por tanto, si se somete a dos seres a niveles de dolor que constituyen, dadas sus capacidades respectivas, grados comparables de sufrimiento o zozobra, el mal moral del dolor infligido debería ser considerado el mismo en los dos casos(6).
Está claro, en fin, que se debe considerar el principio de “igual consideración de intereses” la expresión de un igualitarismo radical, puesto que este principio nos obliga a tener presentes los intereses de todos los seres afectados por un acto o una práctica, independientemente de la especie a la que pertenezcan. Por consiguiente, en la medida en que este principio sirve como fundamento para la liberación animal, cabe afirmar que la base moral de este movimiento reside en un igualitarismo radical.
En cuanto al marxismo, el compromiso con una forma de igualitarismo radical es también fundamental, si bien menos explícito. Se puede apreciar, por ejemplo, en el conocido pasaje del Anti-Dühring en el que Engels aclara que la “supresión de las clases” constituye “el contenido real de la exigencia proletaria de igualdad” (Engels, 1968, p. 96; cursiva en el original). La desaparición de las clases constituiría una forma de igualitarismo radical, ya que, además de ofrecer una igualdad mucho más profunda que la que encontramos en los otros modelos estándares de igualdad política y social, dicho orden social seguramente no dejaría de producir una “igualdad de condición” parecida a la que convencionalmente está asociada precisamente con el término igualitarismo radical. Pero hay otro pasaje de la obra de Marx y Engels que también expresa el compromiso marxista con un igualitarismo radical y que además formula dicho compromiso de manera que resulta más o menos equivalente al principio de “igual consideración de intereses”. Este pasaje aparece en la Crítica del Programa de Gotha y constituye una de la más conocidas consignas de Marx: “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” (Marx, 1971, p. 24)(7). La semejanza de este principio con el de “igual consideración de intereses” es muy llamativa, y lo es más aún una vez que reconocemos que las “necesidades”, en el sentido de la consigna de Marx, pueden interpretarse como “intereses esenciales generales”(8). Por lo tanto, insistir en que el trato que alguien recibe se debe determinar en función de sus necesidades equivale a decir, en la práctica, que el trato que recibe debe determinarse en función de ciertos intereses que tiene. Como, además, es de suponer que Marx y Engels defienden la misma consideración para todos –el único procedimiento coherente en una sociedad en la que las divisiones de clase han sido suprimidas–, el principio enunciado por Marx viene a significar aproximadamente lo mismo que el de “igual consideración de intereses”, el cual es, como acabamos de ver, precisamente el principio que suelen invocar los animalistas al exigir una mayor consideración para con el bienestar de los animales.
Como he tratado de demostrar en las líneas anteriores, existen muchas afinidades básicas, y hasta fundamentos normativos similares, entre el marxismo y la liberación animal. Si es así, ¿cómo explicar el hecho de que por lo general las y los marxistas no se tomen en serio las pretensiones del movimiento por la liberación animal?
Si hay muchas razones que llevan a la gran mayoría de las y los marxistas a desatender la causa de la liberación animal, la más decisiva, sin lugar a dudas, es la misma razón por la cual la mayoría de las personas, sea cual sea su inclinación política, continúa mostrando indiferencia o desdén hacia este movimiento: a saber, una adherencia más o menos consciente al especismo[2]. En su sentido más amplio, el especismo se refiere a cualquier discriminación en función de la especie. Es decir, practicamos el especismo siempre que tratamos los intereses de otras especies (o los de miembros determinados de otras especies) con menos consideración que la que damos a similares intereses humanos y por la sencilla razón de que los portadores de aquellos intereses no son seres humanos. (Cuando se trata de intereses que los seres humanos no tienen, el especismo se refleja en la tendencia a desatender estos intereses completamente o a otorgarles sólo la más mínima consideración.)
Si es cierto que el especismo explica la indiferencia hacia la liberación animal en el caso de la mayoría de las y los marxistas, nos deberíamos plantear dos interrogantes: ¿Es el especismo moralmente defendible?; y: ¿Hay algún componente del marxismo que lo obligue a abrazar el especismo?
Con respecto a la primera pregunta, me limitaré a decir que considero el especismo filosóficamente insostenible y que una justificación coherente del especismo aún está por aparecer(9). En cuanto a la segunda pregunta, parece evidente que no existen elementos esenciales al marxismo que lo condenen a una postura especista, ya nos centremos en cuestiones en mayor o menor grado prácticas y políticas o bien nos ocupemos de consideraciones más fundacionales. No hay ninguna razón práctica o política porque no existen conflictos de interés esenciales entre las víctimas de la opresión de clase y los animales no humanos oprimidos. Dicho crudamente, la defensa de los intereses de los animales no perjudica los intereses de la clase obrera, dado que no tiene que afectar negativamente a los intereses económicos de dicha clase, ni supone un impedimento para la consecución de sus objetivos políticos, ni sirve para reforzar la estabilidad estructural del capitalismo(10).
En lo que respecta a la teoría, hay menos razón aún para pensar que el marxismo presupone o implica alguna aceptación del especismo. Ello es así porque un materialismo consecuente –y máxime un materialismo asentado en una explicación evolutiva del desarrollo de los seres humanos– es incompatible con el supuesto de una oposición radical entre los seres humanos y todas las demás especies, el cual suele ser una premisa esencial del especismo. Hay, además, otra razón, vinculada a la orientación moral del marxismo que he comentado antes, para suponer que el marxismo no tiene que basarse en ningún tipo de especismo y es que, como subraya Benton, “para el principio socialista de justicia distributiva (plasmada en la famosa consigna de la Crítica del Programa de Gotha)…no existe un obstáculo ontológico para su extensión más allá de las fronteras de las especies” (Benton, 1993, p. 212; traducción propia). Del mismo modo que aplicar este principio únicamente a un sexo, a una raza, a un grupo étnico, etc. sería basar su aplicación en criterios moralmente arbitrarios, también sería arbitrario restringir su aplicación según criterios de especie, o sea, restringir su aplicación a los seres humanos. Entonces, si consideramos el principio “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” un componente esencial del marxismo y este principio no implica ninguna forma de discriminación en función de la especie, se puede concluir que no hay ningún motivo para que ni el marxismo ni la concepción de sociedad comunista que este movimiento reivindica tengan una orientación especista. Por lo demás, si de la sociedad comunista se trata, merece la pena recordar que el propio Engels sostiene que el establecimiento de una sociedad sin clases facilitará u operará un notable progreso moral (Engels, 1968, p. 83)(11). Pues bien, si el progreso moral exige la superación del especismo (por ser moralmente insostenible) y la sociedad comunista habrá de generar progreso moral, es de esperar que el conjunto de preceptos que sustituya una moralidad sesgada por la influencia de las divisiones de clase estará exento del especismo que ha caracterizado casi todos los códigos y actitudes morales a lo largo de la historia humana.
En este breve artículo me he planteado aclarar algunas de las afinidades, tanto teóricas como prácticas, entre el marxismo y el movimiento por la liberación animal, y de esta manera ayudar a impulsar un acercamiento del primero al segundo. Si se produce este acercamiento y el marxismo integra en su postura política un compromiso con los animales explotados y oprimidos, se podrá afirmar con más razón aún que la liberación que el marxismo promete se aproxima a una liberación verdaderamente universal.