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Blackie y Big Red (Joan Dunayer, 2001)

Artículo original publicado en The Animals’ Agenda, Julio/Agosto 1991, pp. 12-13, 15-18

Copyright 2001 Joan Dunayer

Blackie, una carpa dorada moor severamente deformado, a duras penas podía nadar. Big Red, una carpa dorada oranda más grande, sintió la impotencia de Blackie. Tan pronto como Blackie fue introducido en el tanque de Big Red, éste comenzó a cuidarle. “Big Red observa constantemente a su nuevo y enfermo compañero, levantándole suavemente en su ancha espalda y nadando con él alrededor del tanque” informaba un periódico sudafricano en 1985. Siempre que la comida era esparcida sobre ellos, Big Red llevaba a Blackie a la superficie del agua para que los dos pudieran comer. El dueño de la pecera dijo que durante un año Big Red había estado mostrando esa “compasión”. La mayoría de los humanos muestran mucha menos compasión por los peces. Trágica e irónicamente, fallamos en reconocer una sensibilidad en los peces que sobrepasa la nuestra de muchas maneras distintas.

El mundo perceptivo del pez

La sensibilidad del pez a la luz es superior a la nuestra. Muchos peces de las grandes profundidades marinas pueden ver en mayor oscuridad que un gato. Las especies del fondo marino tienen una visión dual. Cuando la oscuridad se acerca, los conos sensibles al color del ojo se extienden mientras que los bastones sensibles a la oscuridad, se alejan en lo profundo de la retina; en el crepúsculo el proceso se invierte. Durante la transición, una habilidad para percibir la luz ultravioleta ayuda a muchos peces; esta luz es suficiente para localizar la silueta de los insectos en la superficie del agua. Cuando un pez está adaptado a la noche, un repentino resplandor (como por ejemplo de un flash) asusta y desorienta al pez, el cual puede huir, quedarse inmobilizado o hundirse. La luz puede también destruir células fotorreceptoras. En la mayoría de los peces, las papilas gustativas salpican sus labios y morros así como sus bocas y gargantas. Muchos de los que se alimentan en los fondos también tienen sensores gustativos justo encima de las extensiones finales de la pelvis o pelos gustativos en la barbilla que actúan como lenguas externas. Cubiertos con cientos de miles de sensores gustativos, el pez gato puede degustar alimentos a cierta distancia. ¿Cómo es la sensibilidad de los peces a los olores? El salmón puede emigrar miles de millas y, años más tarde, reconocer el olor de su arroyo. Las anguilas americanas pueden detectar alcohol en una solución de una fuerza comparable a uno entre mil millones con una gota en 87.000 litros de agua (como el largo de una piscina de natación). A través del olor solamente, algunos peces pueden conocer la especie de otro pez, su género, receptividad sexual, o identidad individual. Los peces reaccionan fuertemente al contacto táctil. En los noviazgos, suelen rozarse suavemente uno contra otro. Las grabaciones del laboratorio marino Narragansett han revelado que los petirrojos de mar ronronean cuando son acariciados. El fotógrafo subacuático Ricardo Mandojana se ganó la amistad de un pez judío inicialmente cauteloso tras rozar ligeramente la frente del pez. Meses más tarde, el pez, aparentemente deseoso de ser acariciado, se acercó a los alrededores del buceador. Con cientos de sensores eléctricos en su piel, los peces de muchas especies detectan la forma de los campos eléctricos que ellos generan. Un objeto menos conductivo que el agua, como por ejemplo una roca, lanza una sombra sobre el campo; un objeto más conductivo, como una presa, crea un punto brillante. La imagen eléctrica del pez incluye la localización del objeto, forma, rapidez, y dirección del movimiento. El pez eléctrico también “lee” otras descargas, la cuales varían dependiendo de la edad del emisor, la especie, identidad individual e intenciones (por ejemplo, cortejos o desafíos). Un pez macho asegura su dominio con una rápida sucesión de descargas; su rival potencial cede a ellos guardando “silencio”. Con señal eléctrica o sin ella, muchos peces sienten la electricidad generada por todos los seres vivos y, de este modo, detectan presas escondidas en gravilla o en arena. Algunos tiburones, según ha indicado el neurocientífico Theodore Bullock, pueden percibir una descarga eléctrica de fuerza y distancia equivalentes a una luz de flash de una batería de 1.5 voltios y a una distancia de más de 900 millas.

La capacidad de los peces para sufrir

En concordancia con sus otras sensibilidades, los peces sienten, sin ningún género de dudas, estrés y dolor. Perseguidos, confinados o amenazados de otros modos, reaccionan como lo hacen los humanos al estrés: con aumento del ritmo cardíaco, respiratorio y de liberación hormonal de adrenalina. Sujetos a condiciones adversas prolongadas tales como la masificación o contaminación, sufren deficiencias inmunológicas y daños en sus órganos internos. Tanto bioquímica como estructuralmente, el sistema nervioso central de los peces se parece enormemente al nuestro. En los vertebrados, las terminaciones libres de los nervios registran dolor; los peces poseen estas terminaciones nerviosas en abundancia. Los peces también producen encefalinas y endorfinas, sustancias de tipo opiáceo que se sabe que combaten el dolor en humanos. Cuando están heridos, los peces se retuercen, jadean y muestran otros síntomas de dolor. Los peces sienten, definitivamente, miedo, el cual juega un papel importante en la evitación aprendida. Una vez que los pececillos de río han sido atacados por un lucio, o simplemente ven a otros pececillos de río ser atacados, huyen inmediatamente al olfatear al lucio. Habiendo experimentado el ataque de un tiburón, los peces huyen al escuchar el sonido de sus afilados dientes. Las grandes bocas de las lubinas, según las demostraciones del investigador R.O. Anderson, aprenden rápidamente a evitar los anzuelos simplemente viendo otras lubinas que han picado en él. En cientos, quizás miles, de experimentos, los peces han realizado tareas para evitar las descargas eléctricas. Numerosos experimentadores han reconocido inducir miedo en peces. Entre sus “observaciones de la conducta de los peces que fueron sometidos al miedo”, el psiquiatra Quentin Regestein afirmó, "un pez asustado puede arrojarse hacia delante, ponerse con el lomo hacia arriba, dar vueltas alrededor, o puede simplemente mostrar su debilidad cuando la situación se convierte en insoportable.” Los peces lloran por dolor y por miedo. Según el biólogo marino Michael Fine, la mayoría de los peces que emiten sonidos "vocalizan" cuando son pinchados, asidos o perseguidos. En experimentos de William Tavolga, el pez sapo gruñó cuando recibió una descarga eléctrica. Y aún más, pronto comenzaron a gruñir a la mera vista de un electrodo.

Peces como "mascotas"

Con o sin la añadida crueldad de la experimentación, mantener a peces cautivos desconsidera sus necesidades básicas. Altamente vulnerables y frágiles, los peces están mal adaptados a una vida encerrados entre cristales, y aún así, solamente en los Estados Unidos, cientos de millones son aprisionados en acuarios caseros. Los peces son más sensibles a la temperatura que cualquier animal de sangre caliente: Un repentino cambio de sólo unos pocos grados puede matar a una carpa dorada. Sin embargo, los peces son confinados en pequeños contenedores donde la temperatura del agua puede rápidamente fluctuar. Los peces de acuarios no pueden escapar de los dañinos químicos que entran en su agua. El humo del tabaco, los gases de las pinturas, y los sprays de aerosoles son sólo unos pocos de los comunes contaminantes de interior que pueden dañar a los peces. En una pecera o en un tanque, el amoníaco que los peces excretan ellos mismos puede acumularse hasta niveles tóxicos. Como el amoníaco, una insignificante cantidad de cloro puede causarles dificultades respiratorias e incluso espasmos nerviosos. El cloro en el agua corriente puede fácilmente ser fatal para ellos. La visión humana y los sonidos bombardean los acuarios de los peces. Simplemente, el encender una luz en una habitación oscura puede asustarles tanto que se llegan a estrellar contra las paredes de los tanques y llegan, incluso a morir. Las vibraciones de la TV, del estéreo, o los portazos de las puertas pueden también causarles inquietud y heridas. En “Tú y tu acuario”, Dick Mills advierte que los peces están “probablemente asustados y estresados por los golpeteos en el cristal del acuario”. Según las investigaciones de H.H. Reichenbach-Klinke, los peces, repetidamente expuestos a la música alta, desarrollan heridas mortales en el hígado. Mientras que los peces están agobiados con todo aquello artificial, los acuarios les roban lo natural. A los peces se les niegan actividades tales como rebuscar comida en los enormemente variados arrecifes de coral. En cambio, nadan y vuelven a nadar en las mismas pulgadas o pies cúbicos, recibiendo pasivamente el mismo alimento comercial día tras día. Mills afirma que los peces del acuario suelen padecer de aburrimiento. Las carpas y otros peces sociales requieren compañeros de su misma especie: de lo contrario, comenta Mills, ellos "languidecen". Con la pérdida de un compañero, los peces muestran síntomas de depresión, tales como aletargamiento, palidez o caída de aletas. En “Inteligencia Animal”, el zoólogo George Romanes comenta este incidente: cuando en un acuario el propietario sacó a uno de los dos peces, el que se quedó dejó de comer hasta que, tres semanas después, su compañero fue devuelto. El daño de los hobbies a los peces se extiende más allá de tener un acuario en casa. Innumerables peces mueren antes de llegar a la tienda de mascotas, durante el transporte desde la misma piscifatoría (donde el 80% de los peces “ornamentales” son ahora criados) o desde su mundo salvaje. Solamente la captura hiere y mata a millones de peces, los cuales son incapacitados con anestesia, dinamita, o cianuro antes de ser capturados de forma manual o con red. William McLarney, biólogo de peces, ha observado la captura con spray de cianuro: "Una docena de peces rojos brillantes huyeron bruscamente de su refugio de arrecife de coral, jadeando y sacudiéndose. Realizaron una loca huida hacia la superficie, 25 pies sobre el coral y se mantuvieron un pie en el aire. Entonces, volvieron a bajar en pequeñas y repentinas bajadas y flotaban, exhaustos, en débiles círculos. Debajo de ellos, una lubina de kilo y medio tosía violentamente, y sus agallas ardieron repentinamente. Intentaron nadar pero se desplomaron sobre ellos hasta que flotaron tranquilamente como espeluznantes claraboyas." Mientras tanto, los peces demasiado apagados como para interesar a los compradores “permanecen tendidos y convulsionándose o siguen aún aplastados en el fondo”.

Pesca comercial

La pesca comercial continúa diezmando a los peces, asesinando incontables miles de millones cada año. Generalmente, sus muertes no son ni rápidas ni carentes de dolor. En redes de cerco con jareta, un barco rodea un banco de peces con una red que se va haciendo cada vez más estrecha. Una vez que ya han realizado la redada, los peces son, normalmente, vertidos en un líquido salado para que permanezcan congelados. Si todavía no se han asfixiado o no han sido aplastados, los peces mueren de choque térmico. La pesca de cerco con jareta para atunes ha levantado la indignación pública por atrapar también delfines que nadan junto con los atunes. Sin embargo, es poca la gente que ha protestado por la muerte de los propios atunes. Seguramente, las lanchas y los explosivos bajo el agua, con sus vibraciones, acarrean tanto a los atunes como a los delfines terror y dolor. La presión de las olas provocada por una detonación bajo el agua puede reventar la vejiga de los peces. En la pesca con redes de arrastre, un barco en movimiento arrastra una enorme red a través del agua. El remolque fuerza a todos los peces que entran en la red hacia el tapered, extremo cerrado. Durante un período de una a cuatro horas, las presas son estrujadas y dan brincos, junto con alguna roca y escombros del océano. “Se suceden caídas y arrastres en la red que ocasionan roces entre los peces ocasionando que sus puntiagudas escamas se limen.” Autor William Warner informando de una redada, en “Agua Distante: Destino de los pescadores del Atlántico Norte”. (Distant Water: The Fate of the North Atlantic Fisherman.) “Sus costados, de hecho, fueron arañados enteramente.” Cuando son izados desde una profundidad sustancial, el pez sufre una descompresión insoportable. Como la presión del agua cae en picado, el volumen de gas en la vejiga natatoria del pez aumenta más rápidamente de lo que el torrente sanguíneo puede absorber. Frecuentemente, la intensa presión interna rompe la vejiga natatoria del pez, saca los ojos de sus órbitas, y fuerza que el esófago y el estómago salgan por la boca. “Mucho de los peces tenía enormes fosas donde deberían estar sus ojos”, observó Warner en un pesquero de arrastre. Como la red fue tirada sobre otra, pudo ver “gran cantidad de burbujas...emanando de la rotas vejigas natatorias de miles de peces.” Los peces pequeños, tales como las platijas, son normalmente vertidos en hielo troceado; la mayoría se asfixian o son aplastados hasta que mueren por las capas de peces que vendrán a continuación. Los peces más grandes, tales como el bacalao y el abadejo, se revuelcan en la cubierta. Como testigo William MacLeish ha descrito cómo las presas son clasificadas: la tripulación apuñala a los peces bruscamente, con barras cortas y dentadas llamadas recolectoras, “lanzando el bacalo aquí, el abadejo allí, la rabirrubia allí.” A continuación, las gargantas y los estómagos de los peces son rajados (no necesariamente en ese orden). Mientras tanto, los peces que no eran el objetivo de la captura (“la basura”), los cuales suponen a veces la mayoría de la captura, son lanzados por la borda, a menudo por horquillas. En una tarde cualquiera, los pescadores pueden recorrer unas 40.000 millas con las redes, principalmente redes flotantes en los altos mares del Pacífico, pero también, redes con anclas en aguas costeras, incluyendo las aguas de los Estados Unidos. Con mallas de plástico con flotadores en superficie y pesos en el fondo, las redes cuelgan como cortinas, generalmente hasta una profundidad de 30 pies. Además de la masacre de más de un millón de mamíferos, tortugas, y aves cada año, estas redes ocasionan un sufrimiento enorme en los peces. Incapaces de ver las redes, los peces nadan hacia ellas. A menos que sean más pequeñas que la medida de la malla, no irán más allá de quedar con sus cabezas atrapadas. Cuando intentan dar la vuelta, las redes los capturan por sus branquias o aletas. Muchos de los peces se asfixian. Otros luchan tan desesperadamente contra las afiladas mallas que sangran hasta morir, aunque consigan o no liberarse. Debido a que muchos pescadores no atienden diariamente a sus redes flotantes, los peces atrapados pueden sobrevivir durante días, muriendo lentamente. El periodista Clive Gammon vió bacalaos tirados por la borda pasados dos días desde la captura. “Muchos estaban sin ojos, aletas o escamas”; otros habían sido comidos por pulgas de la arena. Los peces capturados son presas desamparados. (Los depredadores que atraen frecuentemente se quedan enredados también.) Cuando una red flotante es izada, los peces son sacados con ganchos. Algunos pescadores comerciales aún clavan arpones para capturar peces grandes y valiosos peces tales como atunes, tiburones o peces espada) o los capturan individualmente con anzuelos. Mucho más comúnmente, sin embargo, los grandes peces son capturados con largos sedales. Con este método (también usado en la captura de peces pequeños), un barco lanza hasta 30 millas de sedal con cientos o miles de anzuelos.



Extracto del documental Earthlings


El deporte de la pesca

Unos 40 millones de americanos—16%—abusan de los peces por “deporte”. Muchos pescadores alegan que sus victimas no sufren. Todas las evidencias indican lo contrario. El investigador John Verheijen y sus colaboradores estudiaron la reacción de las carpas al anzuelo y al sedal. Cuando eran pescadas, las carpas sacudían sus cabezas, y salivaban como para escupir comida, se revolvían y se volvían a zambullir. Una descarga eléctrica en el paladar, inicialmente, provoca las mismas reacciones. Cuando eran capturados con anzuelos y asidos fuertemente durante varios minutos, las carpas expulsaban gas desde su vejiga natatoria; una vez que se les aflojaba el sedal, se hundían. Sometidos a descargas eléctricas fuertes y mantenidas, las carpas también expulsan gas y se hunden. Chocantemente, reaccionan del mismo modo cuando son confinados en un pequeño espacio, o huelen el olor de un miembro herido de su especie; estas situaciones inflingen un daño no directo pero son bien conocidas por causar miedo. Según los experimentadores concluyeron, los anzuelos y sedales, causan una combinación de terror y dolor. Cuando un pez enganchado con un anzuelo trata de escapar, el glucógeno de los músculos (depósito de glucosa) disminuye, mientras que el ácido láctico rápidamente se acumula en el torrente sanguíneo. En unos pocos minutos, un agotador esfuerzo reduce a la mitad el depósito de glucógeno de una trucha arcoiris. En el número de Mayo de 1990 de la revista “Field and Stream” el columnista Bob Stearns reconoció que el ácido láctico puede “inmovilizar” a un pez “de una forma mucho más rápida y más intensa que los calambres y los doloridos músculos que nosotros los humanos sufrimos cuando hacemos demasiado ejercicio”. Cuanto más lucha el pez, más ácido láctico genera. Y a pesar de ello, los pescadores deportivos disfrutan en tener al pez fuerte “carrera” de peces. En el número de Julio de 1990 de la revista Field and Stream, Stearns ensalzó a “una diminuta pescadora” que condujo a un pez espada durante, aproximadamente, cinco horas:”Cada vez que el pez aflojaba la marcha, ella aprovechaba el momento para bombear, presionar, fastidiarle haciendo que desgastara sus propias reserves, no permitiéndole jamás un descanso”. Antes de ser hauled up, muchos peces mueren exhaustos. Para otros muchos, el peor sufrimiento podría ser sacarles del agua. Normalmente, los peces de mediana y gran talla son introducidos en los barcos siendo punzados con un anzuelo de mano. Algunas veces, los peces son despellejados vivos. Normalmente, muchos peces son sujetados cuando aún están vivos durante horas en un cabo o cadena que los mantiene bajo el agua. El cabo es colocado atravesando a cada pez, normalmente en la boca y en una branquia abierta. La cadena tiene pinzas como imperdibles gigantes de seguridad en los que los peces son colgados, normalmente a través de sus mandíbulas. La mayoría de los peces capturados por "deporte" se asfixian. Incluso fuera del agua, pueden morir lentamente. En octubre de 1980, “Field and Stream” el escritor Ken Schultz describió a una lubina que estuvo fuera del agua durante una hora: tanto las branquias como las aletas del pez enrojecieron y aún jadeaba. La captura y suelta de los peces, como mínimo, inflige terror, dolor, e invalidez temporal a los peces. Frecuentemente, se quedan inválidos de forma fatal o permanente. En un artículo de Mayo de 1990 del editor asociado de Field and Stream, Jim Bashline, admitió que el pez comúnmente “lucha tan violentamente según se quita el anzuelo que los pescadores los lanzan hacia el fondo del bote o hacia un banco de rocas.” Los lanzamientos, las redes, el manejo o cualquier otra clase de asalto quitan la delicada y transparente piel de los peces. Cubierta de mucosa, esta capa externa proteje contra las infecciones, el flujo del agua, o la deshidratación de sus tejidos internos- cualquiera de los cuales puede ser mortal. Según han demostrado los experimentos, los peces pueden morir también por un envenenamiento de ácido láctico varias horas después de un sobreesfuerzo, horas durante las cuales pueden estar completamente paralizados. El anzuelo siempre causa heridas. Graves laceraciones en la boca pueden destruir la capacidad del pez para comer. Muchos peces son soltados después de haber sido capturados con anzuelos clavados en las branquias o en órganos internos, como cuando se tragan el anzuelo y les llega al estómago. La pesca también tortura cualquier cebo vivo utilizado. Los pececillos de río y otros peces pequeños son rutinariamente insertados con el anzuelo a través de su lomo, sus labios, o incluso sus ojos. Como las heridas atraen a depredadores en el “deporte” de la pesca, algunos pescadores mutilan los cebos cortándoles sus aletas o rompiendo sus dorsos.

"Gestionando" peces por deporte

Para proveer un número estable de capturas, las piscifactorías de Estados Unidos anualmente llenan las aguas donde se pescará con cientos de millones de peces, especialmente salmones y truchas. Ted Williams, quien se describe a sí mismo como “Un perro viejo para los gestores,” , ha llamado a las truchas de piscifactoría como “restos genéticos”. En septiembre de 1987, en un artículo de Audubon, escribió: “Tras años de cría endogámica de truchas en piscifactorías, éstas tienden a ser deformes. Las cubiertas de las branquias no se ajustan, sus mandíbulas se curvan, sus colas se atrofian.” Algunas mutaciones perjudiciales son promovidas intencionadamente. La División de Recursos Salvajes de Utah, por ejemplo, ha producido masivamente peces albinos muy sensibles a la luz para servir como capturas fáciles. Williams deplora las condiciones en las que las truchas de piscifactorías son criadas: “sucias, superpobladas, con fosas de cemento que arrancan aletas y escamas”. Los peces, añade, están mal equipados para vivir salvajemente. Mientras que las truchas autóctonas huyen ante cualquier movimiento por encima de sus cabezas, las truchas de piscifactorías esperan expectantes a ser alimentadas (principalmente por pescadores). Siendo él mismo un ávido pescador, Williams ha cortado y abierto en canal a una trucha de piscifactoría para encontrar que el pez, acostumbrado a comer bolitas se había estado alimentado de colillas de cigarrillo. El pescador deportivo Mark Sosin y el biólogo de peces John Clark han coeditado un libro para pescadores llamado, Through the Fish’s Eye: An Angler’s Guide to Gamefish Behavior, (A través del ojo del pez: Guía del pescador sobre el comportamiento de los peces) en el que se identifica de forma cándidamente el objetivo en la gestión de pesca: “proporcionar lo mejor al pescador deportivo.” Para introducir pequeñas poblaciones locales de peces pequeños y aumentar la transparencia del agua (una gran ventaja para los pescadores), los gestores suelen drenar parcialmente los lagos o estanques, dejando que sufran las especies que no son aptas para la pesca a través de la reducción de la comida, de la cubierta protectora y el espacio en la cual evitan a los depredadores. “Cuando un lago o estanque está demesuradamente poblado con especies indeseables”, Sosin y Clark afirman al unísono “La mejor solución puede ser aniquilar a todos los peces y comenzar de nuevo. Esto normalmente se hace en cualquier lago drenándolo hasta dejarlo seco o por envenenamiento de los peces…Después de haber matado a todos los peces, la cuenca fluvial es rellenada con peces de acuerdo a la mezcla deseada de predador y especies presa.” Deseado, esto es, por pescadores y por los “gestores de la vida salvaje” los cuales obtienen gran parte de su salario de las licencias de pesca. La mayoría de los humanos sienten poca empatía por los peces. Viendo a los peces reunidos en masa, o viéndoles como uniformes a través de su especie, la gente fácilmente les desconsidera como individuos. Como el pez habita en un mundo acuático, se comunica a través de medios ocultos a nuestras percepciones, y como tienen una apariencia física tan diferente a la nuestra, muchos humanos no reconocen su sensibilidad. El resultado es el abuso masivo, y socialmente aprobado. Cuanto más gente se vuelva consciente de la sensibilidad de los peces, los peces comenzarán a recibir la compasión y respeto que se merecen. En lo que a sentir se refiere, tenemos mucho que aprender de Big Red.


Traducido por Teresa Gallego para Igualdad Animal. Se permite la reproducción de esta traducción siempre que se indique la autoría y se incluya un enlace al sitio web de Igualdad Animal (www.igualdadanimal.org).

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NOTAS

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