ARGUMENTO: “Los animales no sienten dolor, por tanto no tienen interés de evitar el dolor”
RESUMEN: ¿Qué es el dolor? ¿qué seres sienten dolor? Éstas son algunas de las preguntas a las que aquí vamos a responder.
Disponemos de tres indicadores que nos permiten concluir que los seres humanos no son los únicos animales que pueden sufrir y disfrutar: conducta, fisiología (sistemas nerviosos centrales) y lógica evolutiva. La similitud de los correspondientes sistemas nerviosos no da pie para afirmar que el dolor causado es idéntico: el dolor, y su consecuente sufrimiento, que experimenta un animal no humano puede ser en algunos casos menor que el nuestro y en otros casos puede ser más intenso. Esto mismo ocurre entre los humanos adultos sanos y los humanos llamados "casos
marginales" (bebés, disminuídos psíquicos profundos, seniles, etc.). Que existan diferencias entre experiencias de dolor de dos individuos no es una razón que justifique producir un dolor innecesario a uno de ellos y tampoco es una razón para matarle.
Palabras clave: dolor, sufrimiento, interés de evitar el dolor, nocicepción
1. Algunas personas no conocen la diferencia entre nocicepción y dolor.La nocicepción es el mecanismo automático mediante el cual los organismos responden a un estímulo que es dañino para ellos, así se adaptan al medio para sobrevivir y reproducirse. En cambio, el dolor es una experiencia subjetiva que se produce por un estímulo que es dañino para un organismo que tiene un sistema nervioso suficientemente desarrollado.
2. Algunas personas dicen que «aunque un ser tenga una conciencia eso no implica que sienta dolor». En otro artículo explicamos que la ciencia afirma que los seres humanos no son los únicos seres que tienen una conciencia[1]. Sin embargo existen personas que dicen que aunque un ser tenga una conciencia eso no quiere decir que tenga capacidad para sentir dolor. Si bien es cierto que existen personas que, a pesar de tener conciencia, no tienen capacidad para sentir el dolor debido a que padecen una enfermedad genética, por ejemplo el
síndrome de Smith-Magenis (SMS), la analgesia congénita al dolor (congenital insensitivity to pain, o CIP, por sus siglas en inglés), etc., sin embargo estas personas pueden sufrir debido a la frustración de otros intereses (muerte de un amigo, rupturas, etc.). El dolor físico tiene una función biológica esencial en la supervivencia, pues permite a los seres sintientes ser conscientes de peligros para escapar de ellos. No existe ninguna razón biológica por la que un ser que tiene una conciencia no tenga capacidad para sentir dolor físico, salvo que tenga una enfermedad genética. Asimismo, y en sentido contrario, el dolor es una experiencia y, como toda experiencia, es subjetiva. Por lo tanto, reconocer que un ser siente dolor implica reconocer que dicho ser tiene una conciencia porque el dolor siempre lo siente alguien[1].
3. Algunas personas dicen que «determinados animales no humanos no tienen capacidad para sentir dolor y que por lo tanto no tienen interés en no sentir dolor». Actualmente son pocas las personas que apoyan la idea anticientífica de René Descartes (1596-1650) según la cual sólo los humanos tienen capacidad para sentir dolor. La gran mayoría de la sociedad reconoce que los mamíferos, aves y reptiles tienen capacidad para sentir dolor físico y emocional, y cada
vez son menos quienes creen que los peces no tienen dicha capacidad. En lugar de eso, es más habitual encontrarse con la negación de la capacidad para sentir dolor de los invertebrados, como insectos, arácnidos, crustáceos, bivalvos, etc. Incluso hay quienes practican el veganismo, pero comen moluscos bivalvos (mejillones, ostras, etc.) porque dicen que estos no disponen de las
estructuras materiales necesarias para tener una conciencia o porque, aunque tengan un sistema nervioso, dicen que el tipo de vida que llevan no requiere una conciencia, y por lo tanto no pueden sentir dolor ni nada. Por ejemplo, en el artículo «¿Veganismo o religión? Plantas y bivalvos», Andrés Solo dice que los bivalvos no sienten dolor ni nada porque el tipo de vida que llevan no requiere que tengan una conciencia. En otros artículos como «The ethical case for eating oysters and mussels» y «The ethical case for eating oysters and mussels - Part 2» pueden leerse argumentos similares. El dolor es un estado de la conciencia, y como tal no puede ser observado, sólo puede ser sentido. Comportamientos como retirarse, gritar o retorcerse no son el dolor en sí, ni tampoco son dolor los datos que nos aporta la medicina y las neurología. Deducimos que los demás sienten dolor en base a indicadores. Óscar Horta, en su ensayo «Animales humanos y no humanos: de la discriminación al respeto», enumera los tres indicadores que nos permiten deducir que no sólo uno mismo siente dolor y placer: conducta, fisiología y lógica evolutiva. Pasamos a explicar cada uno de ellos:
Existen varios métodos para probar si un ser siente dolor, la revista Journal of Applied Animal Welfare Science tiene algunos artículos. Principalmente tienen que ver con la presencia de un comportamiento alterado que perdura después del estímulo, como frotar la parte afectada o cojear. También se les pueden ofrecer analgésicos que tengan un sabor desagradable y ver si sólo los consumen cuando han sido dañados. Estos métodos de investigación no son adecuados para los seres no móviles.
«Conducta: En ocasiones, se dice que podemos saber si un ser humano sufre o disfruta porque nos lo puede decir. Sin embargo, si viésemos a alguien llorando y retorciéndose y, entre sollozos y gemidos, nos indicase que está disfrutando, no lo creeríamos. Cuando vemos a alguien gesticular, retorcerse, chillar o gritar de un modo determinado, deducimos que está sufriendo. Y si lleva a cabo otro tipo de gesticulaciones, por ejemplo, si se ríe, suponemos que lo está pasando bien. Lo mismo ocurre en el caso de los animales de especies distintas a la nuestra. Cuando vemos a un perro que salta y mueve el rabo podemos deducir que está disfrutando, mientras que si gime de un modo determinado cabe concluir que está sufriendo. La clase de conducta que alguien manifiesta es un motivo para creer que está sintiendo placer o sufriendo, tanto en el caso de los humanos como en el de animales de otras especies».
Dolor y fisiología. En su ensayo «Animales humanos y no humanos: de la discriminación al respeto», así lo explica Óscar Horta: «Fisiología: Este es el indicador más importante. No sufrimos y disfrutamos por arte de magia, por alguna capacidad misteriosa cuya causa no podemos explicar con claridad. Por el contrario, podemos sufrir y disfrutar porque tenemos una estructura fisiológica que lo permite. Esta consiste en un sistema nervioso centralizado, mediante el cual no sólo recibimos estímulos, sino que tenemos la experiencia que nos ocasiona tal estímulo. No sólo ocurre que nuestro organismo reacciona ante una bajada de temperatura (por ejemplo, mediante el erizamiento capilar), sino que percibimos la sensación de frío. Pues bien, no sólo los seres humanos poseen un sistema nervioso. También muchos otros animales las poseen. Esto ocurre tanto en el caso de los vertebrados como en el de muchos invertebrados». Al contrario que las plantas, los humanos poseen un sistema nervioso centralizado y receptores benzodiazepínicos u opioides endógenos, como endorfinas, que alivian el dolor cuando estos reciben una lesión seria, lo cual nos lleva a plantearnos la pregunta de ¿por qué razón los animales no humanos también iban a poseer estas estructuras y sustancias si no sintieran dolor?... no tendría sentido. Voltaire (1694-1778) ya se mofaba de los filósofos cartesianos –aquellos que defendían el mecanicismo animal, es decir, que los
animales no humanos no sentían dolor– preguntando: «¿Ha dispuesto la naturaleza todos los resortes del sentimiento en este animal, para que finalmente no sienta? ¿tiene nervios para no moverse?».
Dolor y lógica evolutiva. En su ensayo «Animales humanos y no humanos: de la discriminación al respeto», así lo explica Óscar Horta: «Lógica evolutiva: La capacidad de sufrir y disfrutar posibilita a los seres con la posibilidad de moverse huir de aquello que les daña y acercarse a lo que les puede beneficiar (por ello, sería un absurdo evolutivo que aquellos seres sin la posibilidad de efectuar movimientos pudiesen sufrir y disfrutar). Ahora bien, no sólo los seres humanos podemos movernos, alejándonos o aproximándonos a lo que nos resulta negativo o positivo. Muchos otros animales tienen también esta capacidad. Así, no hay motivo evolutivo por el que sólo los seres humanos puedan tener experiencias positivas y negativas. Por otra parte, los seres humanos y los demás animales nos encontramos emparentados evolutivamente. No tiene sentido pensar que la capacidad de sufrir y disfrutar haya aparecido tan recientemente en la historia evolutiva que sólo los seres humanos la puedan poseer(1)».
A continuación se enumeran estudios sobre el dolor físico en animales no humanos:
4. La capacidad para sentir dolor de los animales vertebrados. En 2009, el National Research Council of USA (Consejo Nacional de Investigación de los EEUU, NRC por sus siglas en inglés) reunió un comité especial para determinar si los animales no humanos sienten dolor y en caso afirmativo qué especies pueden sentirlo, para ser tenido en cuenta cuando se usan animales en experimentos científicos. Los resultados del comité se recogieron en un informe titulado «Recognition and Alleviation of Pain in Laboratory Animals», en el que se indica que se llegó al siguiente consenso: «El consenso del comité es que debería considerarse que todos los vertebrados son capaces de experimentar dolor». A pesar de que la ciencia ha reconocido que todos los vertebrados tienen capacidad para sentir dolor, aún ni siquiera existe una normativa para matar a los peces, así como existe con mamíferos, y hay personas que aún creen que los peces no sienten dolor. A continuación se proporciona información sobre el dolor en peces:
El 7 de junio de 2016 se publicó el libro «What a Fish Knows: The Inner Lives of Our Underwater Cousins», escrito por Jonathan Balcombe, en el que se aportan los estudios científicos que rebaten los mitos sobre cómo son los peces, revelando sus complejas vidas, que van desde el uso de herramientas hasta el comportamiento social.
En 2014, los peces estaban en segundo lugar después de los ratones en cuanto a ejemplares utilizados en investigación científica.
El 19 de junio de 2014 se publicó un estudio titulado «Fish intelligence, sentience and ethics» en el que Culum Brown afirma que «la percepción y habilidades cognitivas de los peces a menudo igualan o superan las de otros vertebrados», razón por la que Brown afirma se debería dar más consideración al bienestar de los peces e intentar evitar la crueldad con ellos. «A pesar de que los científicos no pueden dar una respuesta definitiva sobre el nivel de conciencia de cualquier vertebrado no humano, la amplia evidencia de la sofisticación y la percepción del dolor conductual y cognitivo de los peces sugiere que la mejor práctica sería la de prestar a los peces el mismo nivel de protección que a cualquier otro vertebrado», explica Brown, quien reconoce que esta medida tiene implicaciones para la industria de la pesca, entre otros ámbitos. «Deberíamos incluir a los peces en nuestro 'círculo moral' y darles la protección que merecen», concluye. (Fuente abc.es)
En 2003 se publicó un estudio titulado «The evidence for pain in fish: the use of morphine as an analgesic» en el que un grupo de investigadores dirigidos por Lynne U. Sneddon encontraron evidencia de la percepción del dolor en los peces (nocicepción) ante sustancias químicas nocivas, concluyendo que los comportamientos de los peces ante ellas no son respuestas reflejas.
En la web fishcount.org.uk se denuncia el sufrimiento que padecen los peces y otros animales marinos por culpa de la pesca comercial, aportando diversos estudios sobre el tema.
5. La capacidad para sentir dolor de los animales invertebrados. Muchos animales invertebrados no poseen cerebro tal y como lo entendemos. El sistema nervioso de los invertebrados superiores está constituído por una red de ganglios cerebroides o cerebrales que se disponen lateralmente por el cuerpo del animal, a diferencia de los vertebrados, en los invertebrados el sistema nervioso se ubica en posición ventral con respecto del cuerpo. Los animales invertebrados pueden experimentar dolor gracias a sus ganglios cerebrales y huyen cuando sienten peligro. Las leyes de varios estados incluyen a determinados invertebrados como los cefalópodos (pulpos, calamares) y crustáceos decápodos (langostas, cangrejos) en el ámbito de aplicación de las leyes de protección de los animales, lo que implica que a estos animales también se les considera capaces de experimentar el dolor y el sufrimiento.
Los crustáceos (Crustacea, del latín crusta, "costra" y aceum, "relación o la naturaleza de algo") son un extenso subfilo de artrópodos, con más de
67.000 especies y sin duda faltan por descubrir hasta cinco o diez veces este número. Incluyen varios grupos de animales como las langostas, los camarones, los cangrejos, los langostinos y los percebes. Los crustáceos son fundamentalmente acuáticos y habitan en todas las profundidades, tanto en el medio marino, salobre y de agua dulce; unos pocos han colonizado el medio terrestre, como la cochinilla de la humedad (isópodos). Los crustáceos son uno de los grupos zoológicos con mayor éxito biológico, tanto por el número de especies vivientes como por la diversidad de hábitats que colonizan; dominan los mares, como los insectos dominan la tierra. El sistema es el típico de los antrópodos pero con una marcada tendencia a la fusión de los ganglios de los segmentos. En algunas especies es frecuente la presencia de axones gigantes que transmiten rápidamente los impulsos. Entre los órganos de los sentidos se encuentran ojos, pelos sensitivos y estatolitos. Los cangrejos y las langostas poseen unas cien mil neuronas.
- Contrariamente a lo que afirman los vendedores de marisco, entre la comunidad científica existe poca duda de que las langostas sean sensibles al dolor. La gran mayoría de
biólogos y científicos han aceptado que el sistema nervioso de las langostas es bastante sofisticado, lo que las hace que sean animales dotados de sensibilidad. Por ejemplo, el neurobiólogo Tom Abrams asegura que las langostas poseen una extensa colección de sentidos. Jelle Atema, bióloga marina en el Laboratorio Biológico Marino en Woods Hole,
Massachussets, y una de las expertas en langostas más reconocidas, afirma: "Personalmente, creo que las langostas son capaces de sentir dolor". De hecho, es muy posible que el umbral de dolor de las langostas sea menor que el de los humanos, lo que haría que sufrieran más que nosotros en situaciones similares. De acuerdo al zoólogo experto en invertebrados Jaren G. Horsley, «las langostas no tienen un sistema nervioso automático que les permita entrar en estado de choque cuando son lastimadas. Es muy probable que noten cuando están siendo cortadas. Yo pienso que la langosta sufre mucho dolor cuando la están cortando y siente todo el dolor hasta que su sistema nervioso es
destruido cuando la están cocinando viva.»
«Como zoólogo experto en invertebrados que ha estudiado a los crustáceos durante varios años, puedo asegurar que las langostas poseen un sofisticado sistema nervioso que, entre otras cosas, les permite percibir y sentir acciones que las lastimen.Estoy seguro que las langostas pueden sentir dolor.» Dr. Jaren G. Horsley
- En enero de 2013, un estudio titulado «Shock avoidance by discrimination learning in the shore crab (Carcinus maenas) is consistent with a key criterion for pain», realizado por Barry Magee and Robert W. Elwood, fue publicado en la revista Journal of Experimental Biology. El estudio ha revelado que el cangrejo de tierra (Carcinus maenas), un pariente cercano de las especies que se usan como alimento, responde a descargas eléctricas y luego las evita. «No sé lo que pasa por la mente de un cangrejo, pero puedo afirmar que la forma en la que reacciona va más allá de un reflejo directo y se ajusta a todos los criterios del dolor», indicó Bob Elwood. Investigaciones anteriores han demostrado que las gambas y los cangrejos ermitaños también reaccionan a las situaciones dolorosas. Los científicos dicen que los resultados sugieren que la alimentación y la industria de la acuicultura debe repensar la forma en que trata a estos animales. (Fuente: bbc.com)
- El 28 de enero de 2009 se publicó en la revista Animal Behaviour un estudio titulado «Pain experience in hermit crabs?», realizado por Bob Elwood y Mirjam Appel de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad de Queen en Belfast (Reino Unido). El estudio mostró que el cangrejo no sólo sufre dolo,r sino que además guarda en su memoria la experiencia. Según Elwood: «Ha existido un largo debate respecto a si los crustáceos como los cangrejos, las langostas o los camarones sienten dolor. Esta investigación demuestra que no se trata de un simple acto reflejo, sino que los cangrejos calibran su necesidad de encontrar un caparazón de calidad con la necesidad de evitar estímulos dolorosos», dijo a Science Daily. (Fuente: europapress.es)
- En noviembre de 2007 se publicó un estudio titulado "Nociception or pain in a decapod crustacean?" en la revista New Scientist. Según el estudio, las gambas y otros crustáceos experimentan dolor. El estudio fue llevado por un grupo de científicos dirigido por Robert Elwood, experto en comportamiento animal de la Queen's University de Belfast. Según Elwood, el hecho de sentir dolor resulta crucial incluso para los animales más primitivos porque les permite cambiar de comportamiento trás una experiencia dañina y aumenta sus posibilidades de supervivencia. Elwood echó ácido acético (del vinagre) en las antenas de algunas de las 144 gambas y éstas comenzaron a frotar las antenas afectadas, pero no las demás, lo que, según Elwood, «es consistente con la interpretación de la experiencia del dolor». (Fuente: lavozdegalicia.es - newscientist.com)
Los moluscos (Mollusca, del latín molluscus, "blando") forman uno de los grandes filums del reino animal. Los moluscos son los invertebrados más numerosos después de los artrópodos, e incluyen formas tan conocidas como las almejas, ostras, calamares, pulpos, babosas y una gran
diversidad de caracoles, tanto marinos como terrestres. Son invertebrados protóstomos celomados, triblásticos con simetría bilateral (aunque algunos pueden tener una asimetría secundaria) y no segmentados, de cuerpo blando, desnudo o
protegido por una concha. El sistema nervioso de los moluscos está muy diferenciado, y muy
evolucionado en determinados grupos, como los cefalópodos. Está compuesto por una anillo de ganglios (anillo periesofágico) situados alrededor del esófago, que incluyen dos ganglios cerebroides y dos pleurales. De esta cadena de
ganglios nacen cuatro cordones, dos hacia el pie y otros dos hacia la masa visceral. Los órganos de los sentidos están compuestos por ojos cefálicos (situados en la cabeza), y que son muy complejos en los cefalópodos, u ojos extracefálicos (situados o esparcidos por el manto), células sensoriales llamadas "estatocistos" (sentido del equilibrio) y quimiorreceptores (terminaciones nerviosas sensitivas) como los osfradios (situados en las branquias),
papilas y fosetas olfatorias en la cabeza y el órgano subradular (asociado a la rádula). El grado máximo de cefalización en los moluscos se da en los
cefalópodos (pulpo, etc.), en los que todos los ganglios están fusionados formando una importante masa cerebral (se puede hablar de un auténtico cerebro) protegida por un cráneo cartilaginoso, esto les imprime una alta capacidad de aprendizaje y de sofisticado comportamiento. [17]
Dolor en moluscos bivalvos. Ostras, almejas y mejillones son moluscos bivalvos que poseen sistema nervioso y ganglios cerebroides. Los ganglios
cerebroides son un conjunto de neuronas que constituyen el centro de control de los órganos de los sentidos. Los ganglios cerebroides son el cerebro rudimentario de los moluscos. En este vídeo vemos a una almeja comiendo sal. El sistema nervioso típico de los
bivalvos está formado por 3 ganglios y un par de largos cordones nerviosos; el primer ganglio es el cerebropleural, el segundo el pedio y el tercero el visceral. Los dos primeros inervan el pie y el músculo aductor anterior, mientras que el último controla los músculos de los sifones y el músculo aductor posterior. Existen numerosos órganos de los
sentidos en el borde del manto, como tentáculos con células sensoriales y quimiorreceptores y es posible la presencia de ocelos. En el pie existen estatocistos. Es típico también la presencia de un osfradio, en la parte posterior, en la cámara exhalante, que "detecta" la calidad del agua que circula por el interior del animal. A pesar de que solemos ver a los moluscos bivalvos pegados a las rocas, estos pueden desplazarse impulsándose con el pie muscular y extendiendo el biso, que también usan para enterrarse en la arena. La dopamina controla la persistencia de la memoria de largo plazo en moluscos[18].
Mientras tanto en la playa… Baja la marea y aparecen las almejas (Link)
- En marzo de 2010, la edición digital de la revista Nature publicó un estudio titulado «Analysis of Drosophila TRPA1 reveals an ancient origin for human chemical nociception» realizado por investigadores de la Universidad Brandeis en Waltham
(Estados Unidos), dirigidos por Paul A. Garrity. El estudio encontró un mecanismo molecular ancestral asociado al dolor común en humanos e insectos como las moscas y los mosquitos. Los resultados arrojaron luz sobre los orígenes evolutivos de la sensación del dolor. El estudio muestra que la proteína de canal iónico TRPA1 ayuda a las neuronas del
gusto de los insectos a detectar los componentes químicos nocivos. TRPA1 participa en la respuesta humana al dolor ante tales irritantes, lo cual sugiere que este mecanismo molecular concreto no es exclusivo de los vertebrados. Según estos investigadores, no ocurre como con otros sentidos químicos, como el olfato o el gusto, sino que parece que la
detección humana de irritantes recae en un sensor químico ancestral conservado a nivel molecular a lo largo de 500 millones de años de evolución. (Fuente: axxon.com.ar)
- En 1997, se publico en Physiology & Behaviour el estudio "Alarm Pheromone Induces Stress Analgesia via an Opioid System in the Honeybee" de Núñez et al. El estudio daba evidencias de que las abejas sienten dolor. El acetato de
isopentila (IPA) es un componente principal de una feromona enviada por las abejas guardianas para alertar al resto de la colmena de que existe un peligro, y para estimularlas a picar al atacante. Núñez et al. mostraron que la exposición al IPA produce que el sistema opioide endógeno de la abeja produzca analgesia. Con lo cual las abejas defensoras continuarán atacando incluso si son heridas (pág.78). Las abejas fueron sometidas a descargas eléctricas para producir una picadura. Descubrieron que hace falta un voltaje más alto para producir una picadura por parte de las abejas que habían sido expuestas al IPA y, por tanto, tenían su sistema analgésico natural activado, en comparación con las abejas que no habían sido expuestas. La respuesta también se incrementó con la cantidad de IPA a la que se expuso a las
abejas. Es más, si las abejas eran expuestas a IPA y naloxona (que bloquea el sistema opioide), el efecto del IPA fue completamente compensado y las abejas continuaron picando incluso a una descarga más alta (pág.79). Esto explica los resultados del estudio de Balderrama et al., que intentó descubrir si las abejas africanizadas eran más agresivas que las abejas europeas. Descubrieron que las africanizadas respondían con menos picaduras que las europeas al mismo estímulo. Sin embargo, esto no se debe a que las europeas sean menos agresivas, sino más bien a que tienen un sistema de respuesta al dolor más efectivo. Es decir, el distinto sistema de dolor de las abejas se relaciona con su comportamiento ante las amenazas.
- En 1987, se publicó el estudio titulado «Behavioral and Pharmacological Analysis of the Stinging Response in Africanized and Italian Bees", en el que Balderrama et al. llevaron a cabo un experimento en el que las abejas eran expuestas a descargas eléctricas, siendo anotada su respuesta. A continuación se inyectó a varias abejas morfina y
naloxona, procediendo a repetir las descargas eléctricas. La conclusión fue que las abejas tienen un sistema antineurálgico, que tiene efectos anagélsicos, y que puede ser aumentado con morfina o bloqueado con naloxona:
«La morfina (50 a 200 n-moles/abeja) produce una inhibición de la respuesta de las abejas a los estímulos eléctricos según la dosis, y este efecto es antagonizado por la naloxona. Estos hallazgos indican la incidencia de receptores opioides en las abejas y sugieren la existencia de opioides endógenos, es decir, un sistema endorfínico para la modulación de la percepción del dolor. Sin embargo, hay que tener en cuenta dos hechos. Primero, incluso aunque las dosis de naloxona que atagonizan la morfina son similares para las abejas y los vertebrados, el D50 [inhibición del 50% de la respuesta de aguijonear] de la morfina para las abejas (927 ug/g) fue mucho más grande que la que se
informó para pruebas terapéuticas de los vertebrados (0.30 - 10.0 ug/g), y entre 3 y 10 veces más alta que la que se informó de otros artrópodos. Segundo, las abejas inyectadas con encefalinas y péptidos relacionados a una dosis de 200 n-moles/bee no exhibieron el mismo efecto que el de la morfina. Los resultados obtenidos por los experimentos con morfina sugieren que un sistema endorfínico es responsable de la modulación de dolor en las abejas.»
El etólogo Vitus B. Dröscher explicaba así el dolor de los insectos:
«¿Qué pasa con los insectos? Cincuenta años atrás, un investigador especializado en abejas hizo un experimento espantoso: “una abeja posada en el borde de un plato de cristal saboreando miel, está tan cautivada que ni siquiera se da cuenta si alguien le corta la parte posterior del cuerpo. El insecto sigue chupando miel pese a que esta vuelve a salir por el abdomen seccionado”. Esto se consideró como prueba de que los insectos no sentían nada.
En 1965, el profesor Vincent Dethier descubrió y demostró que los insectos sienten dolor. La perdida de una pata o un ala es sentida por el animal. Esto lo demostró con análisis bioquímicos de insectos con los cuerpos heridos. Éstos envían
al torrente sanguíneo (hemolinfa en los insectos) hormonas y otras sustancias necesarias, de manera parecida a lo que sucede en el hombre, en estado de fuerte excitación anímica.
Las abejas pueden llegar a sentir una especie de “añoranza”. Si se caza en una flor, encerrándolas luego en una jaula, en su sangre se derrama una sustancia que les provoca un sentimiento de pánico. De no dejarla pronto en libertad, una abeja morirá de miedo al cabo de pocas horas.» Dr. Vitus B. Dröscher, Etólogo
-
En 1910 se publicó el trabajo «Anatomy of the Honey Bee», de Snodgrass, R. E. (Robert E.) (1875-1962), en el que ya se hablaba de indicios de que las abejas tenían un sistema nervioso lo suficientemente desarrollado como para transmitir señales de dolor. Al contrario de lo que ocurre con las plantas, las abejas son capaces de desplazarse para huir de la fuente de dolor, lo cual es útil para que la abeja pueda transmitir sus genes.
Hasta hace poco se pensaba que las medusas tenían un sistema nervioso sin cerebro.
- En junio de 2011, se descubrió que las medusas son mucho más que plasma y veneno. Estos antiguos animales carnívoros multiorgánica son mucho más que un protoplasma sin sentido. Poseen un complejo sistema visual que les permite navegar por los pantanos en que viven y tienen lo que podría llamarse un sistema nervioso central y un cerebro. No son flotadores meramente pasivos y los patrones de comportamiento que exhiben no son simples reflejos pero están bastante bien organizados. Por ejemplo, cuando la medusa mira al cielo está efectivamente en busca de una guía para la navegación[16].
Las esponjas o poríferos son de los pocos seres vivos que han sido clasificados como animales aunque no poseen un sistema nervioso, debido a ello no tienen capacidad para sentir y, por lo tanto, no tienen experiencia alguna.
6. Algunas personas dicen que «los animales no humanos con sistema nervioso central tienen capacidad para sentir dolor, pero su dolor es diferente al dolor de los humanos». Por ejemplo, según el artículo «Una mirada científica al sufrimiento animal», Agustín Blasco, catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia, dice en su libro «Ética y bienestar animal» lo siguiente: «Es evidente, indica, que aunque las ratas sufren dolor, hay que controlar
sus poblaciones, aunque se pregunta si hay que hacerlas sufrir con venenos muy dolorosos. Eso sí, hay que tener en cuenta que su dolor no es igual al nuestro, pero también que no son máquinas, sino seres capaces de sufrir». Sin emitir un juicio sobre esta afirmación, vemos
que
estas personas reconocen que los animales no humanos sienten dolor y por lo tanto no pueden negar que también tienen interés en evitar dicho dolor, por lo que no habría más que decir.
(i) Hay que diferenciar la capacidad para sentir dolor del dolor mismo. La capacidad para sentir dolor
es muy útil para la supervivencia del individuo, pues mediante la experiencia llamada "dolor", que puede presentarse en diferentes grados de intensidad, el individuo se hace consciente de la necesidad de reaccionar frente a aquello que puede suponer una amenaza para su integridad física. Por ello, dolor y consciencia no son cosas separadas, sino que el dolor es un estado de consciencia, en este caso una experiencia negativa.
El dolor de origen físico puede haber sido producido o estar produciéndose por una fuente externa o interna al individuo que lo padece. La fuente de dolor externa produce una fuente de dolor interna. La reacción frente a una fuente de dolor externa puede consistir en un movimiento de huída o en un movimiento de ataque contra ella. La reacción frente a una fuente de dolor interna es la búsqueda de condiciones de bienestar o de curación, ello puede
consistir en adoptar posiciones de encogimiento, búsqueda de alimento, búsqueda de alivio y de medicinas, etc. Tanto si la fuente del dolor es interna o externa, puede llegar a perderse la consciencia si es un dolor muy intenso.
Además de por un daño físico, una experiencia de dolor también puede originarse por la reflexión psicológica (sufrimiento): la muerte de un ser querido, el miedo, etc., incluida la reflexión sobre una experiencia de dolor físico (dolor físico y dolor emocional pueden combinarse). En este caso no hablamos de dolor físico sino de dolor emocional. El dolor emocional intenso puede llegar a producir enfermedades físicas y por lo tanto un daño físico. Por lo tanto, daño físico y experiencia de dolor se retroalimentan porque cerebro y conciencia son la misma cosa.
(ii) Dañar y asesinar a quienes no sienten dolor es éticamente incorrecto, pues se frustra el interés de seguir viviendo para tener experiencias positivas. Debemos distinguir entre daño y dolor, pues alguien puede ser dañado sin sufrir dolor. Las personas seguimos teniendo intereses aunque un daño no nos produzca dolor. Por ejemplo, las personas paralíticas no sienten dolor en las piernas, pero siguen teniendo el interés de que sus piernas no sean dañadas. El hecho de que alguien no sienta dolor no hace que sea éticamente correcto frustrar su interés de no ser dañado, excepto en el caso de que dicho sujeto tenga ese interés.
La pérdida de la conciencia nos lleva al argumento de algunas personas que dicen que no es correcto usar como criterio ético la existencia de conciencia a la hora de diferenciar a personas de cosas, pues supondría que sería éticamente correcto anestesiar a sujetos y matarlos cuando pierdan la conciencia. Este argumento falla, pues cuando un sujeto pierde la conciencia sigue teniendo intereses almacenados en la memoria de su cerebro, por lo tanto si lo matamos frustramos sus intereses.
(iii) Las experiencias de dolor de los animales no humanos podrían ser diferentes a las experiencias de dolor humanas, pero también son experiencias negativas, y podrían ser más intensas. Esto mismo también ocurre entre los humanos adultos sanos y los humanos marginales (bebés, disminuídos psíquicos profundos, seniles, etc.).
"Brigid Brophy ha expresado la opinión de que, en la misma medida en que un animal no puede razonar abstractamente, el dolor que sufre puede ser aún mayor que el experimentado por un ser humano. El animal, en efecto, no tiene «otra cosa en qué pensar» (...) Brigid Brophy sugiere la idea de que el dolor puede inundar «la capacidad total de experiencia [de los animales] de un modo que es infrecuente entre nosotros, por cuanto nuestra inteligencia y nuestra imaginación pueden producir huecos en la inmediatez de nuestras sensaciones» (...) Así, aunque es cierto que animales y seres humanos poseen sistemas nerviosos similares, creo que no es adecuado sacar conclusiones respecto a los sufrimientos de un animal a base de nuestras propias experiencias. En otros términos, es muy probable que, al suponer que la conducta de un animal tiene que ser análoga a la propia, terminemos por calcular por debajo al tratar de determinar el grado de sufrimiento que el animal experimenta (...) Por tanto, nos es imposible tener una idea del dolor o sufrimiento que puede experimentar un animal y poder decir «cuánto» sufre, pues su mundo y el nuestro son distintos, de modo que aquí se quiebra toda analogía. No podemos simplemente sustraer en la imaginación lo que estimamos que constituye nuestra racionalidad y entonces concluir que sabemos cómo siente un animal. La similitud de los correspondientes sistemas nerviosos no da pie para afirmar que el dolor causado es idéntico. El sufrimiento que experimenta un animal puede ser en algunos casos menor que el nuestro y en otros casos puede ser más intenso (...) [Por ejemplo] en los seres humanos el estado de tensión
desempeña un papel importante en la producción de úlceras, en la jaqueca e inclusive en el cáncer. Experimentos llevados a cabo sobre animales han mostrado que los ratones sometidos a alguna tensión que resultaba inevitable sufrían de tumores mayores y más numerosos que los ratones no sometidos a tensión, o a una tensión menor. Es posible que la tensión engendre una más aguda sensación de dolor o que ella misma sea causa de dolor. Si así es, la vida de animales en parques zoológicos, en circos, rodeos, (...) «granjas industriales», etc., donde quedan frustrados los instintos naturales y donde hay que vivir en condiciones de apiñamiento, puede muy bien engendrar estados de tensión y, con ello, de sufrimiento." José Ferrater Mora y Priscilla Cohn, Ética aplicada: del aborto a la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 1981, pp. 73-77.
Pero desde un punto de vista ético, lo más importante a tener en cuenta es que aunque existan diferencias entre las experiencias de dolor de dos individuos esto no es una razón que justifique producir un dolor innecesario a uno de ellos.
CAPACIDAD DE DOLOR EN VERTEBRADOS
Richard Sargeant, en El espectro del dolor (1969), escribe lo siguiente[6]:
"Cada partícula de evidencia apoya la afirmación de que los mamíferos vertebrados superiores experimentan sensaciones de dolor al menos tan agudas como las nuestras. Decir que sienten menos porque son animales inferiores es absurdo; puede ser fácilmente demostrado que muchos de sus sentidos son mucho más agudos que los nuestros -agudeza visual en ciertas aves, oído en la mayoría de los animales salvajes y el tacto en otros; estos animales dependen más que nosotros hoy del entendimiento más agudo de un ambiente hostil. Aparte de la complejidad de la corteza cerebral (que no percibe el dolor directamente) sus sistemas nerviosos son casi idénticos al nuestro y sus reacciones al dolor extraordinariamente similares. Aunque careciendo (hasta donde sabemos) de los tonos filosóficos y morales. El elemento emocional es muy evidente, principalmente en la forma de miedo y enojo".
En 1962, Lord Brain, uno de los más eminentes neurólogos de su tiempo, publicó The assessment of pain in men and animals, donde escribió lo siguiente[7]:
"Casi todas las señales externas que nos llevan a deducir dolor en otros humanos pueden ser vistas en otras especies, especialmente las especies más cercanas a nosotros -las especies de mamíferos y aves. Las señales de comportamiento son retorcerse, contorsiones faciales, quejas, alaridos u otras formas de grito, intentos de evitar la fuente de dolor, apariencia de miedo ante la perspectiva de su repetición, y otros. Además, sabemos que estos animales tienen sistemas nerviosos como los nuestros, que responden psicológicamente como los nuestros cuando el animal está en circunstancias en las que nosotros sentiríamos dolor: una elevación inicial de la presión en la sangre, pupilas dilatadas, transpiración, pulso agitado, y si el estímulo continua, una caida de la presión sanguínea. Aunque los humanos tienen una corteza cerebral más desarrollada que otros animales, esta parte del cerebro está relacionada con las funciones pensantes más que con impulsos básicos, emociones y sentimientos. Estos impulsos, emociones y sentimientos están localizados en el diencéfalo, el cual está muy desarrollado en algunas otras especies de animales, especialmente en mamíferos y aves".
En 1871, Charles Darwin publicó El origen del hombre, y la selección en relación al sexo, donde escribió lo siguiente[8]:
"es obvio que los animales inferiores, al igual que el hombre, sienten placer y dolor, felicidad y miseria. La felicidad nunca se exhibe tan claramente como cuando juegan juntos animales jóvenes, tales como los gatitos, los cachorros, los corderos, etcétera, al igual que nuestros propios hijos". Charles Darwin
Los animales son capaces de sentir emociones. [9]
Al retirar a las crías de cobayas de sus madres, se activan los mismos mecanismos que en los seres humanos son indicativos de soledad y abandono (Wilheim, 2006, 29).
El divulgador Eduard Punset, escribe[10]:
"El hecho fundamental a tener en cuenta, sin embargo, es que las emociones -aunque transiten por oficinas dispares- tienen su sede oficial en el cerebro reptiliano. Tal vez por eso me ha costado siempre aceptar la tesis de que los reptiles y, con menos motivos todavía, los mamíferos no humanos, incluidos los primates sociales, no tienen emociones. Sería paradójico que en el curso de la evolución los homínidos hubieran situado el control de las emociones en el cerebro evolutivo si careciera de experiencia en estas lides. Con toda probabilidad, cuando hablamos de felicidad estamos refiriéndonos a una emoción compartida con el resto de los animales y gestionada desde la misma zona cerebral: la amígdala. Negarlo supone no solamente descartar la evidencia científica sino la empírica, pero ¡resulta tan cómodo ignorar las emociones de los animales!" Eduard Punset
Darwin escribe[11]:
"es obvio que los animales inferiores, al igual que el hombre, sienten placer y dolor, felicidad y miseria. La felicidad nunca se exhibe tan claramente como cuando juegan juntos animales jóvenes, tales como los gatitos, los cachorros, los corderos, etcétera, al igual que nuestros propios hijos”, y “el hecho de que los animales no humanos se excitan con las mismas emociones que nosotros está tan bien establecido." Charles Darwin
Boris, el toro, fue rescatado por Hillside Animal Sanctuary de una granja de producción industrial en Reino Unido, donde las espantosas condiciones de existencia lo habían enfermado. Aunque, una vez rescatado, se le proporcionaron todos los cuidados, no logró sobrevivir. Antes de morir, lloró con su cuidadora, quizá por agradecimiento, quizá por pena por no tener ya más fuerzas. (Link)
Los peces sienten dolor y miedo, y su comportamiento busca evitar el dolor. [12-14]
La neurología moderna está a punto de probar ahora la existencia de una moral innata en la que se sustentaría el altruismo social que hasta hace muy poco tiempo se cuestionaba. Ahora resulta que hasta los elefantes, dejados a sí mismos, son altruistas y se preocupan y hasta lloran por la salud del vecino.[15]
(1) Para un análisis del modo en que estos criterios son cumplidos por los animales no humanos véase por ejemplo Donald. R. Griffin, The Question of Animal Awareness (Los Altos: William Kaufman, 1981); J. A. Smith, “A Question of Pain in Invertebrates”, ILAR Journal 33 (1991) [visitado el 12 de abril de 2008]; Marian Stamp Dawkins, Through Our Eyes Only? The Search for Animal Consciousness (New York: W. H. Freeman, 1993); Collin Allen and Marc Bekoff, Species of Mind: The Philosophy and Biology of Cognitive Ethology (Massachusetts: MIT, 1997); DeGrazia, David, Taking Animals Seriously: Mental Life & Moral Status, (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), capítulo 5; o K.P. Chandroo, I.J.H. Duncan and R.D. Moccia, “Can Fish Suffer?: Perspectives on Sentience, Pain, Fear, and Stress” Applied Animal Behavior Science 86 (2004): 225–50 (téngase en cuenta que, en ciertos casos, estos trabajos pueden citar experimentos con animales no humanos que las conclusiones de este artículo llevan a rechazar).
- Jeffrey Lockwood on Insect Suffering. Interview by Max Carpendale, 17 May 2013.
- Magee, B. and Elwood, R. W. (2013). Shock avoidance by discrimination learning in the shore crab (Carcinus maenas) is consistent with a key criterion for pain. J. Exp. Biol. 216, 353-358.
- Braithwaite, Victoria, Do Fish Feel Pain? (¿Pueden los peces sentir dolor?), 2010.
- Engel, Cindy. Wild Health: How Animals Keep Themselves Well and What We Can Learn From Them. Houghton Mifflin Harcourt; 1 edition (January 16, 2002).
- Richard Sarjeant, "The Spectrum of Pain". London: Hart Davis, 1969, p. 72.
- Lord Brain, 'Presidential Address'. In C.A. KEELE & R. SMITH, eds., "The Assessment of Pain in Men and Animals". London: Universities Federation for Animal Welfare, 1962.