El siguiente extracto del libro The World Peace Diet, de Will Tuttle, es una excelente exposición de los orígenes del rol de dominación que ejerce el hombre, de donde hemos heredado nuestros valores actuales. A la luz de esta época de fiestas de Zapote y Palmares, así como de la obsesión del pueblo con los toros, la violencia, el machismo, el rol rebajado de la mujer, el licor, etc., es de lectura obligatoria.
La mayoría de nosotros no piensa en nuestra cultura como una cultura arriera. Si miramos a nuestro alrededor, vemos más que todo carros, caminos, suburbios, ciudades, y fábricas, y mientras que hay enormes predios cultivados de granos, y ganado pastando en el campo, no nos damos cuenta que casi todo el grano se cultiva como alimento para animales de producción, y que la cantidad casi imposible de millones de aves, mamíferos, y peces que consumimos están confinados fuera de nuestra vista en enormes campos de concentración llamados “crianza intensiva”. Aunque no es tan obvio para nosotros hoy en día como lo fue para nuestros antepasados hace unos miles de años, nuestra cultura es, como lo fue la de ellos, esencialmente una cultura “arriera”, organizada alrededor de poseer y “cosificar” animales, y comerlos.
Fue hace aproximadamente 10.000 años que las tribus nómadas en los territorios kurdos de las montañas de Irak empezaron a domesticar ovejas e iniciaron una revolución con enormes consecuencias[1]. Los antropólogos aseveran que fue una evolución de las prácticas de cacería de estas tribus, quienes empezaron a mantenerse más cerca de ciertos grupos de ovejas silvestres, eliminando selectivamente a los más débiles y aumentando el control sobre su movilidad, alimentación, y su vida reproductiva. Eventualmente aprendieron a castrar y matar a ciertos machos para que el hato consista primordialmente de hembras con algunos carneros; de esto aprendieron la reproducción selectiva para crear animales con características más deseables. Las cabras fueron domesticadas poco después de las ovejas, seguido del ganado 2.000 años después en el oeste y el norte, y subsecuentemente por el caballo y el camello otros dos a cuatro mil años después de eso[2]. Conceptos -altamente cargados- de posesión de propiedad, y patrilineales así como de pureza de sangre gradualmente emergen, de lo cual hay amplia evidencia al dar inicio el período histórico hace unos 4.000 años.
Nuestra cultura occidental puede decirse que tiene dos raíces principales: la antigua Grecia y el antiguo Levante (parte este de la cuenca mediterránea y del Medio Oriente). Al leer las más antiguas escrituras existentes de estas culturas de hace 3.000 años, así como La Ilíada y La Odisea de Homero, así como el Viejo Testamento, que cuentan historias de antiguos reyes y sus guerras, encontramos que estas culturas se orientan alrededor del consumo de carne, el arreo, la esclavitud, la conquista con violencia, la supremacía masculina, y la ofrenda de sacrificios animales a sus dioses -en su mayoría- masculinos.
Para las antiguas culturas arrieras, los animales en confinamiento no eran solamente comida; también eran riqueza, seguridad, y poder. El primer dinero y forma de capital fueron ovejas, cabras, y ganado, ya que solo éstos eran propiedad consumible con valor tangible[3]. De hecho, la palabra “capital” se deriva de capita, latino para “cabeza”, como en cabezas de ganado u ovejas. Los primeros capitalistas fueron los arrieros que peleaban entre sí por los primeros reinos, con todo y esclavitud, guerras frecuentes, y poder concentrado en las manos de una élite propietaria de cabezas de ganado. Nuestra palabra “pecuniario” proviene del latin pecus, que significa ganado, y la antigua moneda romana, el denario, también se denominó así porque valía por diez asnos[4]. Los animales de producción en las antiguas culturas arrieras por lo tanto definieron el valor del oro y la plata –los animales para comida eran el estándar de riqueza y poder. Este hecho explica el poder político de las industrias de carne y lácteos que continúa hasta el día de hoy.
Al “cosificar” y esclavizar animales grandes y poderosos, los antiguos predecesores de la cultura occidental establecieron un mythos, o patrón básico de valores y actitudes de la gente, y una visión de mundo que todavía permanece hasta el día de hoy en el corazón de nuestra cultura. En el libro de Riane Eisler El cáliz y la espada (The Chalice and the Sword) así como el libro de Jim Mason Un orden poco natural (An Unnatural Order) se resume y digiere el trabajo de historiadores y antropólogos, proporcionando interesantes perspectivas en los cambios dados a los valores fundamentales que ocurren cuando el ser humano empieza a dominar grandes animales para comida, y cómo estos cambios nos afectan el día de hoy.
Es importante notar aquí que el estudio e interpretación de la historia es notoriamente subjetiva. Podemos notar que en nuestra propia vida individual nuestra experiencia y comprensión nuestro pasado va cambiando al cambiar nosotros. Asimismo, esto es evidentemente cierto del vasto y complejo pasado colectivo generado por millones de personas. Cuando nos adentramos a tratar de entender la prehistoria –pasados culturales previos a los registros escritos- se hace aún más subjetivo. Tal como lo plasma la historiadora Cynthia Eller, “La prehistoria es todavía un lienzo enorme y en blanco. Por eso, escenarios increíblemente diversos pueden pintarse en él, dependiendo de las predilecciones de los pensadores individuales.” [5]
Riane Eisler extrae del trabajo de múltiples antropólogos y escritores, particularmente de Marija Gimbutas, Jacquetta Hawkes, y Merlin Stone, para argumentar que han existido básicamente dos tipos de sociedades, a las cuales se refiere como “de asociación” y “de dominación”. En las sociedades de asociación, hombres y mujeres son esencialmente iguales y trabajan juntos en cooperación, y Eisler trata de demostrar que esto fue la norma por muchas decenas de miles de años en la vida humana, previo a la expansión de las culturas patriarcales dominadoras basadas en el arreo de animales. Esto es un acontecimiento relativamente reciente, cinco a siete mil años hace, y se debió a lo que Gimbutas denomina la invasión kurgana por parte de guerreros-arrieros de Asia central que se adentran en Europa oriental y la cuenca mediterránea. Introduciendo así una cultura en la que el hombre ve a la mujer como un bien mueble (propiedad), ellos aparentemente se introducen en tres olas en un período de unos dos mil años, violentamente atacando, destruyendo, y fundamentalmente cambiando las más antiguas, más pacíficas sociedades de asociación[6]. De acuerdo con Eisler, Gimbutas, y otros, estas culturas más viejas tendían a comer alimentos recolectados y sembrados, venerar a diosas de la fertilidad, crear comunidades en valles fértiles, usar metales para hacer recipientes en lugar de armas, y no se involucraban en guerras. Las culturas invasoras dominadoras arriaban animales y comían principalmente carne y leche, alababan feroces dioses masculinos en el cielo, tales como Enlil, Zeus, y Yahweh, se asentaban en cimas de cerros y los fortificaban, usaban metales para forjar armas, y constantemente estaban en competencia y guerras. Conflictos violentos, competencia, opresión de las mujeres, y lucha entre clases, de acuerdo con Eisler, no necesariamente tiene que caracterizar a la naturaleza humana sino que son productos relativamente recientes de la presión social y condicionamiento introducido por las culturas arrieras invasoras cuyos valores de dominación hemos heredado.
¿De dónde salieron estas culturas patriarcales invasoras y qué las hizo así? En otro libro, Placer sagrado (Sacred Pleasure), Eisler cita la investigación del geógrafo James DeMeo, quien atribuye las migraciones expansionistas de los invasores kurganos y otros arrieros a cambios climáticos drásticos que “desencadenan una compleja secuencia de eventos –hambre, caos social, abandono de tierras, y migración masiva- que eventualmente produjo un viraje fundamental” en la evolución cultural humana[7]. Arriar ganado, indica Eisler, “tiende a la aridez,” y a “producir un círculo vicioso de desgaste ambiental y un aumento de la competencia económica por tierras de pastoreo cada vez más escasas –y así una tendencia hacia el conflicto violento por límites territoriales.”[8] Agrega que la práctica del arreo de animales produce un endurecimiento psicológico característico de culturas dominadoras:
Ya sea que en efecto hubiese culturas anteriores que eran más pacíficas, orientadas hacia la asociación, e igualitarias, como Eisler y otros tantos sostienen, o si el conflicto violento, machos, y la competencia han dominado siempre las estructuras socioeconómicas culturales humanas es todavía un tema acaloradamente debatido entre los académicos. Lo que es innegable, sin embargo, es el efecto en la conciencia humana de la “cosificación” y esclavización de animales de gran tamaño para alimento. Jim Mason lleva más allá el trabajo de Eisler en este respecto, y desarrolla conexiones más históricas y psicológicas entre la dominación de animales y la dominación de otras personas. Él indica que la revolución agrícola introdujo cambios profundos en las antiguas culturas recolectoras, transformando su relación con la Naturaleza de una de inmersión a una de separación e intento de dominarla. A partir de esta separación, dos tipos de agricultura emergen –plantas y animales- y la distinción entre ellas es significativa. Cultivar plantas y trabajo en el huerto es una faena más femenina; las plantas se cuidan y nutren, al trabajar en armonía con los ciclos de la Naturaleza, somos parte de ese proceso que acentúa y amplifica la vida. Es una tarea que reafirma la vida y nos hace más humildes, que sustenta nuestro lugar en la red de la vida. Por el otro lado, la agricultura animal con animales grandes siempre fue trabajo de hombres y requirió de fuerza y violencia desde un principio, para contener a estos poderosos animales, controlarlos, guardarlos, castrarlos y al final, matarlos.
Mason asimismo enfatiza la importante influencia que los animales parecen tener en el desarrollo psicológico y en la salud, así como en las características psicológicas violentas al observar culturas alrededor del mundo que arrean animales grandes. Citando a los antropólogos Paul Shepart y Anthony Leeds, él apunta que Shepard da en el clavo respecto de las características primordiales de las culturas arrieras: ‘Hostilidad agresiva hacia foráneos, la familia armada, querellas y redadas en una organización jerárquica centrada en los hombres, la sustitución de la cacería por la guerra, artes elaboradas que utilizan el sacrificio, orgullo monomaníatico, y suspicacia.’[10]
Mason indica las similitudes en estos respectos entre las tribus desérticas del Medio Oriente -los arrieros de reno chukchi del este de Siberia quiénes “hacen jactancia de ‘hazañas de fuerza, actos de proeza, conducta violenta y heróica, aguante excesivo, y gasto de energía,’ -y nuestra cultura vaquera del redondel en América[11].
Fundamentados en el trabajo de Eisler, Mason y otros, podemos ver que la cultura en la que vivimos hoy día es una continuación moderna de la cultura arriera que surgió en el Medio Oriente y la cuenca mediterránea oriental, y que la creencia central que define a esta cultura sigue siendo la misma: los animales son cosas y son propiedad, para ser usados, y consumidos. Por extensión, la Naturaleza, tierras, recursos, y las personas también son vistos como materia prima para usar y explotar. Mientras que esto nos parece lógico hoy en día como habitantes modernos de una cultura arriera, consumidora de animales y capitalista, esta es una visión de enormes consecuencias: la cosificación de animales marcó la última verdadera revolución en nuestra cultura, completamente redefiniendo las relaciones humanas con los animales, la Naturaleza, lo divino, y nosotros mismos.
En las antiguas culturas arrieras los animales fueron gradualmente transformándose de cohabitantes misteriosos de un planeta compartido, a meros objetos de propiedad para ser usados, vendidos, intercambiados, confinados, y matados. Ya no silvestres y libres, fueron tratados con creciente irrespeto y violencia, y eventualmente se hicieron desdeñables e inferiores en los ojos de los arrieros de estas culturas emergentes[12]. Los animales silvestres empezaron a verse meramente como amenaza potencial al capital ganadero; a su vez, otros seres humanos empezaron a verse asimismo como amenaza para el ganado, o como potencial objetivo para redadas si tenían animales. Batallar a otros para adueñarse de su ganado y ovejas era la principal estrategia de adquisición de capital; la antigua palabra del sánscrito ario para guerra, gavyaa, significa literalmente “el deseo de tener más ganado.”[13] Parece ser que la guerra, el arreo de animales, la opresión de lo femenino, el capitalismo, y el deseo de más capital/ganado han estado asociados desde su arcaico nacimiento a la cosificación de grandes animales.
Entre más grandes y poderosos eran los animales que se arriaban, más fieras, crueles, y violentas tenían que ser las culturas para dominarlos con éxito y protegerlos de animales salvajes que merodeaban y de otras personas[14]. Los animales más grandes eran las reses y los caballos, y las culturas arrieras que se establecieron en el Medio Oriente y el este del Mediterráneo se enfrascaron en batallas inimaginablemente violentas entre sí y contra pueblos más débiles por milenios, gradualmente y a la fuerza propagando su cultura y valores arrieros a través de Europa y la mayoría de Asia. Desde Europa, esta misma cultura ganadera eventualmente se propagó a las Américas. Continúa propagándose hasta el día de hoy a través de corporaciones transnacionales tales como ConAgra, Cargill, Smithfield, y McDonald’s así como a través de proyectos patrocinados por el Banco Mundial y las Naciones Unidas, misioneros religiosos, y caridades que perpetúan la esclavización animal, tal como el Proyecto Heifer.
En el núcleo de esta antigua cultura que se convirtió en lo que hoy llamamos Civilización Occidental estaba la supremacía absoluta del ser humano sobre los animales, reforzado con los alimentos diarios. La riqueza y prestigio para los hombres empezó a medirse en términos de cuánto ganado poseían y qué extensión de tierras controlaban para su pastoreo. El modelo para imitar para los jóvenes se convirtió en el protocapitalista de éxito, el arriero “macho” y guerrero: rudo, bajo control, emocionalmente distante, y capaz de impávida violencia. Mujeres, ganado y gente capturada y/o conquistada eran objetos de propiedad que contribuían al total de capital poseído; guerras, aunque terribles para los combatientes y la población en general, eran potentes métodos usados por la aristocracia acaudalada para aumentar su acumulación de ganado/ capital, tierras, poder, y prestigio.
Resulta útil entender que la mentalidad de dominación que caracterizaba la cultura en la que nacimos se exalta ella misma al observar y enfatizar las diferencias e ignorar las similitudes, ya que eso es lo que la esclavización y matanza de animales requiere que todos practiquemos. Como arrieros y dominadores de animales, debemos continuamente practicar el vernos como separados y diferentes a ellos, como superiores y especiales. Nuestra compasión humana natural puede ser reprimida aprendiendo a excluir a otros y verlos como esencialmente diferentes a nosotros. Este exclusivismo se requiere para el racismo, el elitismo, y la guerra, ya que para poder hacer daño y dominar a otras personas debemos romper los lazos que nuestro corazón naturalmente siente con ellas. La mentalidad de dominación es necesariamente una mentalidad de exclusión.
Es obvio, si miramos de cerca, que los presunciones fundamentales y actividades de las antiguas culturas arrieras todavía definen a nuestra cultura hoy en día. La actividad individual que más define a estas antiguas culturas era, como lo es hoy, consumir regularmente los productos provenientes de los cuerpos de animales dominados y excluidos. La guerras todavía enriquecen a una clase poderosa y elitista mientras que millones sufren los embates de ella, y los ricos del mundo se alimentan de animales engordados con grano y pescado mientras que los pobres pasan hambre. Nuestro sistema económico capitalista y sus instituciones de soporte políticas, legales, y educacionales aun legitiman nuestra cosificación y explotación de animales, la Naturaleza, y las personas; nuestra dominación de los poco privilegiados y extranjeros; una desigual e injusta distribución de bienes basada en la depredación (comúnmente denominada “competencia” y “libre comercio”), opresión y guerra. Al evolucionar socialmente, hemos disfrutado de múltiples victorias al reducir ciertos excesos, y en proveer protección para los débiles y vulnerables. En general, sin embargo, tenemos que preguntarnos por qué nuestro progreso ha sido tan lento y difícil. La respuesta a esto está en nuestros platos y se extiende de ahí a las fincas de crianza intensiva, mataderos, laboratorios que usan animales, rodeos, circos, pistas de carreras de caballos y perros, y zoológicos, hasta actividades de cacería, pesca y poner trampas, así como a prisiones, ghettos, guerras, y el complejo de la industria militar y nuestra continua violación y destrucción del mundo viviente.
La mayoría de nosotros no piensa en nuestra cultura como una cultura arriera. Si miramos a nuestro alrededor, vemos más que todo carros, caminos, suburbios, ciudades, y fábricas, y mientras que hay enormes predios cultivados de granos, y ganado pastando en el campo, no nos damos cuenta que casi todo el grano se cultiva como alimento para animales de producción, y que la cantidad casi imposible de millones de aves, mamíferos, y peces que consumimos están confinados fuera de nuestra vista en enormes campos de concentración llamados “crianza intensiva”. Aunque no es tan obvio para nosotros hoy en día como lo fue para nuestros antepasados hace unos miles de años, nuestra cultura es, como lo fue la de ellos, esencialmente una cultura “arriera”, organizada alrededor de poseer y “cosificar” animales, y comerlos.
Fue hace aproximadamente 10.000 años que las tribus nómadas en los territorios kurdos de las montañas de Irak empezaron a domesticar ovejas e iniciaron una revolución con enormes consecuencias[1]. Los antropólogos aseveran que fue una evolución de las prácticas de cacería de estas tribus, quienes empezaron a mantenerse más cerca de ciertos grupos de ovejas silvestres, eliminando selectivamente a los más débiles y aumentando el control sobre su movilidad, alimentación, y su vida reproductiva. Eventualmente aprendieron a castrar y matar a ciertos machos para que el hato consista primordialmente de hembras con algunos carneros; de esto aprendieron la reproducción selectiva para crear animales con características más deseables. Las cabras fueron domesticadas poco después de las ovejas, seguido del ganado 2.000 años después en el oeste y el norte, y subsecuentemente por el caballo y el camello otros dos a cuatro mil años después de eso[2]. Conceptos -altamente cargados- de posesión de propiedad, y patrilineales así como de pureza de sangre gradualmente emergen, de lo cual hay amplia evidencia al dar inicio el período histórico hace unos 4.000 años.
Nuestra cultura occidental puede decirse que tiene dos raíces principales: la antigua Grecia y el antiguo Levante (parte este de la cuenca mediterránea y del Medio Oriente). Al leer las más antiguas escrituras existentes de estas culturas de hace 3.000 años, así como La Ilíada y La Odisea de Homero, así como el Viejo Testamento, que cuentan historias de antiguos reyes y sus guerras, encontramos que estas culturas se orientan alrededor del consumo de carne, el arreo, la esclavitud, la conquista con violencia, la supremacía masculina, y la ofrenda de sacrificios animales a sus dioses -en su mayoría- masculinos.
Para las antiguas culturas arrieras, los animales en confinamiento no eran solamente comida; también eran riqueza, seguridad, y poder. El primer dinero y forma de capital fueron ovejas, cabras, y ganado, ya que solo éstos eran propiedad consumible con valor tangible[3]. De hecho, la palabra “capital” se deriva de capita, latino para “cabeza”, como en cabezas de ganado u ovejas. Los primeros capitalistas fueron los arrieros que peleaban entre sí por los primeros reinos, con todo y esclavitud, guerras frecuentes, y poder concentrado en las manos de una élite propietaria de cabezas de ganado. Nuestra palabra “pecuniario” proviene del latin pecus, que significa ganado, y la antigua moneda romana, el denario, también se denominó así porque valía por diez asnos[4]. Los animales de producción en las antiguas culturas arrieras por lo tanto definieron el valor del oro y la plata –los animales para comida eran el estándar de riqueza y poder. Este hecho explica el poder político de las industrias de carne y lácteos que continúa hasta el día de hoy.
Al “cosificar” y esclavizar animales grandes y poderosos, los antiguos predecesores de la cultura occidental establecieron un mythos, o patrón básico de valores y actitudes de la gente, y una visión de mundo que todavía permanece hasta el día de hoy en el corazón de nuestra cultura. En el libro de Riane Eisler El cáliz y la espada (The Chalice and the Sword) así como el libro de Jim Mason Un orden poco natural (An Unnatural Order) se resume y digiere el trabajo de historiadores y antropólogos, proporcionando interesantes perspectivas en los cambios dados a los valores fundamentales que ocurren cuando el ser humano empieza a dominar grandes animales para comida, y cómo estos cambios nos afectan el día de hoy.
Es importante notar aquí que el estudio e interpretación de la historia es notoriamente subjetiva. Podemos notar que en nuestra propia vida individual nuestra experiencia y comprensión nuestro pasado va cambiando al cambiar nosotros. Asimismo, esto es evidentemente cierto del vasto y complejo pasado colectivo generado por millones de personas. Cuando nos adentramos a tratar de entender la prehistoria –pasados culturales previos a los registros escritos- se hace aún más subjetivo. Tal como lo plasma la historiadora Cynthia Eller, “La prehistoria es todavía un lienzo enorme y en blanco. Por eso, escenarios increíblemente diversos pueden pintarse en él, dependiendo de las predilecciones de los pensadores individuales.” [5]
Riane Eisler extrae del trabajo de múltiples antropólogos y escritores, particularmente de Marija Gimbutas, Jacquetta Hawkes, y Merlin Stone, para argumentar que han existido básicamente dos tipos de sociedades, a las cuales se refiere como “de asociación” y “de dominación”. En las sociedades de asociación, hombres y mujeres son esencialmente iguales y trabajan juntos en cooperación, y Eisler trata de demostrar que esto fue la norma por muchas decenas de miles de años en la vida humana, previo a la expansión de las culturas patriarcales dominadoras basadas en el arreo de animales. Esto es un acontecimiento relativamente reciente, cinco a siete mil años hace, y se debió a lo que Gimbutas denomina la invasión kurgana por parte de guerreros-arrieros de Asia central que se adentran en Europa oriental y la cuenca mediterránea. Introduciendo así una cultura en la que el hombre ve a la mujer como un bien mueble (propiedad), ellos aparentemente se introducen en tres olas en un período de unos dos mil años, violentamente atacando, destruyendo, y fundamentalmente cambiando las más antiguas, más pacíficas sociedades de asociación[6]. De acuerdo con Eisler, Gimbutas, y otros, estas culturas más viejas tendían a comer alimentos recolectados y sembrados, venerar a diosas de la fertilidad, crear comunidades en valles fértiles, usar metales para hacer recipientes en lugar de armas, y no se involucraban en guerras. Las culturas invasoras dominadoras arriaban animales y comían principalmente carne y leche, alababan feroces dioses masculinos en el cielo, tales como Enlil, Zeus, y Yahweh, se asentaban en cimas de cerros y los fortificaban, usaban metales para forjar armas, y constantemente estaban en competencia y guerras. Conflictos violentos, competencia, opresión de las mujeres, y lucha entre clases, de acuerdo con Eisler, no necesariamente tiene que caracterizar a la naturaleza humana sino que son productos relativamente recientes de la presión social y condicionamiento introducido por las culturas arrieras invasoras cuyos valores de dominación hemos heredado.
¿De dónde salieron estas culturas patriarcales invasoras y qué las hizo así? En otro libro, Placer sagrado (Sacred Pleasure), Eisler cita la investigación del geógrafo James DeMeo, quien atribuye las migraciones expansionistas de los invasores kurganos y otros arrieros a cambios climáticos drásticos que “desencadenan una compleja secuencia de eventos –hambre, caos social, abandono de tierras, y migración masiva- que eventualmente produjo un viraje fundamental” en la evolución cultural humana[7]. Arriar ganado, indica Eisler, “tiende a la aridez,” y a “producir un círculo vicioso de desgaste ambiental y un aumento de la competencia económica por tierras de pastoreo cada vez más escasas –y así una tendencia hacia el conflicto violento por límites territoriales.”[8] Agrega que la práctica del arreo de animales produce un endurecimiento psicológico característico de culturas dominadoras:
…el pastoralismo se apoya en lo que es básicamente la esclavización de seres vivos, seres que se explotan por los productos que producen… y que eventualmente se matan… . Esto también ayuda a explicar el endurecimiento psicológico (supresión de las emociones “débiles”) que DeMeo cree caracterizaba los orígenes de las sociedades patriarcales o dominadoras… Por otra parte, una vez que uno se habitúa a vivir de animales esclavizados (por su carne, queso, leche, pieles, y demás) como prácticamente la fuente principal para la supervivencia, uno puede más fácilmente habituarse a ver la esclavización de seres humanos como aceptable[9].
Ya sea que en efecto hubiese culturas anteriores que eran más pacíficas, orientadas hacia la asociación, e igualitarias, como Eisler y otros tantos sostienen, o si el conflicto violento, machos, y la competencia han dominado siempre las estructuras socioeconómicas culturales humanas es todavía un tema acaloradamente debatido entre los académicos. Lo que es innegable, sin embargo, es el efecto en la conciencia humana de la “cosificación” y esclavización de animales de gran tamaño para alimento. Jim Mason lleva más allá el trabajo de Eisler en este respecto, y desarrolla conexiones más históricas y psicológicas entre la dominación de animales y la dominación de otras personas. Él indica que la revolución agrícola introdujo cambios profundos en las antiguas culturas recolectoras, transformando su relación con la Naturaleza de una de inmersión a una de separación e intento de dominarla. A partir de esta separación, dos tipos de agricultura emergen –plantas y animales- y la distinción entre ellas es significativa. Cultivar plantas y trabajo en el huerto es una faena más femenina; las plantas se cuidan y nutren, al trabajar en armonía con los ciclos de la Naturaleza, somos parte de ese proceso que acentúa y amplifica la vida. Es una tarea que reafirma la vida y nos hace más humildes, que sustenta nuestro lugar en la red de la vida. Por el otro lado, la agricultura animal con animales grandes siempre fue trabajo de hombres y requirió de fuerza y violencia desde un principio, para contener a estos poderosos animales, controlarlos, guardarlos, castrarlos y al final, matarlos.
Mason asimismo enfatiza la importante influencia que los animales parecen tener en el desarrollo psicológico y en la salud, así como en las características psicológicas violentas al observar culturas alrededor del mundo que arrean animales grandes. Citando a los antropólogos Paul Shepart y Anthony Leeds, él apunta que Shepard da en el clavo respecto de las características primordiales de las culturas arrieras: ‘Hostilidad agresiva hacia foráneos, la familia armada, querellas y redadas en una organización jerárquica centrada en los hombres, la sustitución de la cacería por la guerra, artes elaboradas que utilizan el sacrificio, orgullo monomaníatico, y suspicacia.’[10]
Mason indica las similitudes en estos respectos entre las tribus desérticas del Medio Oriente -los arrieros de reno chukchi del este de Siberia quiénes “hacen jactancia de ‘hazañas de fuerza, actos de proeza, conducta violenta y heróica, aguante excesivo, y gasto de energía,’ -y nuestra cultura vaquera del redondel en América[11].
Fundamentados en el trabajo de Eisler, Mason y otros, podemos ver que la cultura en la que vivimos hoy día es una continuación moderna de la cultura arriera que surgió en el Medio Oriente y la cuenca mediterránea oriental, y que la creencia central que define a esta cultura sigue siendo la misma: los animales son cosas y son propiedad, para ser usados, y consumidos. Por extensión, la Naturaleza, tierras, recursos, y las personas también son vistos como materia prima para usar y explotar. Mientras que esto nos parece lógico hoy en día como habitantes modernos de una cultura arriera, consumidora de animales y capitalista, esta es una visión de enormes consecuencias: la cosificación de animales marcó la última verdadera revolución en nuestra cultura, completamente redefiniendo las relaciones humanas con los animales, la Naturaleza, lo divino, y nosotros mismos.
En las antiguas culturas arrieras los animales fueron gradualmente transformándose de cohabitantes misteriosos de un planeta compartido, a meros objetos de propiedad para ser usados, vendidos, intercambiados, confinados, y matados. Ya no silvestres y libres, fueron tratados con creciente irrespeto y violencia, y eventualmente se hicieron desdeñables e inferiores en los ojos de los arrieros de estas culturas emergentes[12]. Los animales silvestres empezaron a verse meramente como amenaza potencial al capital ganadero; a su vez, otros seres humanos empezaron a verse asimismo como amenaza para el ganado, o como potencial objetivo para redadas si tenían animales. Batallar a otros para adueñarse de su ganado y ovejas era la principal estrategia de adquisición de capital; la antigua palabra del sánscrito ario para guerra, gavyaa, significa literalmente “el deseo de tener más ganado.”[13] Parece ser que la guerra, el arreo de animales, la opresión de lo femenino, el capitalismo, y el deseo de más capital/ganado han estado asociados desde su arcaico nacimiento a la cosificación de grandes animales.
Entre más grandes y poderosos eran los animales que se arriaban, más fieras, crueles, y violentas tenían que ser las culturas para dominarlos con éxito y protegerlos de animales salvajes que merodeaban y de otras personas[14]. Los animales más grandes eran las reses y los caballos, y las culturas arrieras que se establecieron en el Medio Oriente y el este del Mediterráneo se enfrascaron en batallas inimaginablemente violentas entre sí y contra pueblos más débiles por milenios, gradualmente y a la fuerza propagando su cultura y valores arrieros a través de Europa y la mayoría de Asia. Desde Europa, esta misma cultura ganadera eventualmente se propagó a las Américas. Continúa propagándose hasta el día de hoy a través de corporaciones transnacionales tales como ConAgra, Cargill, Smithfield, y McDonald’s así como a través de proyectos patrocinados por el Banco Mundial y las Naciones Unidas, misioneros religiosos, y caridades que perpetúan la esclavización animal, tal como el Proyecto Heifer.
En el núcleo de esta antigua cultura que se convirtió en lo que hoy llamamos Civilización Occidental estaba la supremacía absoluta del ser humano sobre los animales, reforzado con los alimentos diarios. La riqueza y prestigio para los hombres empezó a medirse en términos de cuánto ganado poseían y qué extensión de tierras controlaban para su pastoreo. El modelo para imitar para los jóvenes se convirtió en el protocapitalista de éxito, el arriero “macho” y guerrero: rudo, bajo control, emocionalmente distante, y capaz de impávida violencia. Mujeres, ganado y gente capturada y/o conquistada eran objetos de propiedad que contribuían al total de capital poseído; guerras, aunque terribles para los combatientes y la población en general, eran potentes métodos usados por la aristocracia acaudalada para aumentar su acumulación de ganado/ capital, tierras, poder, y prestigio.
Resulta útil entender que la mentalidad de dominación que caracterizaba la cultura en la que nacimos se exalta ella misma al observar y enfatizar las diferencias e ignorar las similitudes, ya que eso es lo que la esclavización y matanza de animales requiere que todos practiquemos. Como arrieros y dominadores de animales, debemos continuamente practicar el vernos como separados y diferentes a ellos, como superiores y especiales. Nuestra compasión humana natural puede ser reprimida aprendiendo a excluir a otros y verlos como esencialmente diferentes a nosotros. Este exclusivismo se requiere para el racismo, el elitismo, y la guerra, ya que para poder hacer daño y dominar a otras personas debemos romper los lazos que nuestro corazón naturalmente siente con ellas. La mentalidad de dominación es necesariamente una mentalidad de exclusión.
Es obvio, si miramos de cerca, que los presunciones fundamentales y actividades de las antiguas culturas arrieras todavía definen a nuestra cultura hoy en día. La actividad individual que más define a estas antiguas culturas era, como lo es hoy, consumir regularmente los productos provenientes de los cuerpos de animales dominados y excluidos. La guerras todavía enriquecen a una clase poderosa y elitista mientras que millones sufren los embates de ella, y los ricos del mundo se alimentan de animales engordados con grano y pescado mientras que los pobres pasan hambre. Nuestro sistema económico capitalista y sus instituciones de soporte políticas, legales, y educacionales aun legitiman nuestra cosificación y explotación de animales, la Naturaleza, y las personas; nuestra dominación de los poco privilegiados y extranjeros; una desigual e injusta distribución de bienes basada en la depredación (comúnmente denominada “competencia” y “libre comercio”), opresión y guerra. Al evolucionar socialmente, hemos disfrutado de múltiples victorias al reducir ciertos excesos, y en proveer protección para los débiles y vulnerables. En general, sin embargo, tenemos que preguntarnos por qué nuestro progreso ha sido tan lento y difícil. La respuesta a esto está en nuestros platos y se extiende de ahí a las fincas de crianza intensiva, mataderos, laboratorios que usan animales, rodeos, circos, pistas de carreras de caballos y perros, y zoológicos, hasta actividades de cacería, pesca y poner trampas, así como a prisiones, ghettos, guerras, y el complejo de la industria militar y nuestra continua violación y destrucción del mundo viviente.
Fuente: APEV (Asociación para la Promoción de la Ética Vegetariana) - La cultura arriera