Mark R.Carr (Ph.D., University of Virginia) es profesor asociado de religión, y Gerald R. Winslow (Ph.D., Graduate Theological Union) es decano y profesor de ética cristiana en la Facultad de Religión, Loma Linda University, Loma Linda, California.
El consumo de carne y su industria son perjudiciales para los humanos y su medio ambiente. No hay duda de que el vegetarianismo es una mejor forma de vida. Pero al afirmar eso, ¿trascendemos la investigación científica para hablar de valores? A eso se suelen limitar los argumentos a favor del vegetarianismo: publicar los beneficios de una dieta sin carne o presentar argumentos morales.
La pregunta es: ¿Es una obligación moral adoptar una dieta vegetariana? Tom Regan, un destacado defensor de los derechos animales, contribuyó a llevar la discusión de lo que algunos llaman “vegetarianismo ético” dentro de un marco moral[1]. Regan creía que si presentaba argumentos sólidos su audiencia optaría por el vegetarianismo. “Si mi razonamiento es correcto, la mayoría de los que lean esto deberían experimentar una transformación radical en sus vidas”, afirmaba[2]. Como muchos otros, Regan no buscaba tan sólo defender el vegetarianismo. En realidad, buscaba no sólo cambiar la manera de pensar de las personas, sino también de alimentarse. Sin embargo, ¿tienen esos argumentos el peso suficiente como para producir un convencimiento intelectual y un cambio de conducta? Estos interrogantes nos motivan a considerar los argumentos en favor del vegetarianismo. Si bien podríamos agruparlos de diversas maneras, hemos seleccionado cinco categorías[3].
La salud como argumento
Los estudios científicos han mostrado que la proteína animal no es un elemento esencial en la dieta humana. Además, otros estudios muestran que la incidencia de algunas enfermedades se reduce significativamente en los que se abstienen de consumir carne[4]. Los que analizan el tema desde una perspectiva cristiana alegan que el vegetarianismo fue la “dieta original” de Dios, y citan la historia de la creación y la abundancia que Dios dio a Adán y Eva en el Edén. Según esta postura, el ser humano fue diseñado para vivir sin necesidad de utilizar la carne como alimento.
El segundo argumento desde una perspectiva cristiana se basa en evidencias científicas que muestran que la dieta vegetariana es más saludable. Como Dios creó nuestros cuerpos para que sean la habitación del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16,17; 6:19, 20), tenemos la obligación de vivir vidas saludables. O sea que, al entender que esa es la dieta más saludable y que es posible implementarla, llega a ser la dieta moralmente preferible.
Los derechos de los animales
Al referirse a los deberes éticos hacia los animales, algunos autores combinan el lenguaje utilitario con el de los derechos de los animales[5]. Para ellos es crucial la conciencia del daño y el sufrimiento que experimentan los animales usados como alimento. Es considerado inmoral causar ese sufrimiento para meramente satisfacer nuestras preferencias alimentarias.
Entre los estudios que culminaron en el libro The New Vegetarians: Promoting Health and Protecting Life [Los nuevos vegetarianos: la promoción de la salud y la protección de la vida], Paul R. Amato y Sonia A. Partridge identificaron 11 razones por las que la gente es vegetariana.
La primera es “la preocupación por el sufrimiento animal o la creencia en los derechos animales”[6]. La aceptación generalizada de estos derechos hace que éste sea un argumento particularmente fácil de aceptar. Es triste, sin embargo, que los derechos de las vacas, los pollos y los cerdos desconocidos sigan siendo anulados por los deseos del paladar. Además, tanto sus fundamentos filosóficos como las aplicaciones prácticas, continúan siendo difíciles de establecer en los humanos y aun más difícil en los animales.
Las preocupaciones ambientales
A pesar de los esfuerzos de gente como Jeremy Rifkin[7] y Francis Moore Lappe[8], y más allá del éxito de sus libros, sólo un pequeño número de personas parece haber cambiado su dieta como resultado de preocupaciones ambientales. Por ejemplo, en la encuesta ya mencionada de Amato y Partridge, se halló que sólo un cinco por ciento se hizo vegetariano por sus preocupaciones ambientales[9]. Por eso, aunque los éticos ambientales insisten en adoptar métodos de conservación y utilización de la tierra, rara vez se refieren explícitamente al vegetarianismo como obligación moral.
La evolución social
Nos referimos aquí a una variedad de posturas y autores que abogan por un cambio sociopolítico, reconociendo que existe cierta superposición con otras categorías. La obra de Lappe, por ejemplo, encaja en más de una categoría. Notemos su preocupación en el prefacio de la edición revisada Dieta para un mundo pequeño:surgió una duda más profunda… en relación con la dirección, con el impacto de lo sugerido. ¿Se interesarían los lectores de mi libro, y aun se centrarían tanto en los detalles nutricionales como para olvidar o ignorar el verdadero mensaje? [10]
¿Cuál era ese “verdadero mensaje”? Más que nada, la autora deseaba que su trabajo destacara la manera en que la dieta individual “nos relaciona con los interrogantes más abarcantes del suministro de alimentos para toda la humanidad”[11].
En la edición revisada y actualizada, Lappe destacó que le interesaba no sólo hacer que la cocina y la alimentación sean más simples y mejores sino también “la significación política y social” de nuestras elecciones alimentarias[12].
La mayordomía
El principio de mayordomía incorpora las preocupaciones de los éticos ambientales y de los activistas de los derechos de los animales. Andrew Linzey, al considerar el tema desde una perspectiva cristiana, insta a efectuar un cambio radical en la manera cristiana de interpretar su relación para con la creación divina. Linzey desafía la idea cristiana tradicional que afirma que este mundo y todo lo que está en él fue hecho tan sólo para elevar la raza humana. Los humanos son únicos en el orden de la creación, y esta característica requiere que asuman el papel especial de “especie sierva”. Como siervos de la creación, los mayordomos deben protegerla, imitando así a Dios. Basado en el concepto teológico del Dios sufriente, Linzey proclama: “No es suficiente tener una visión negativa de lo que deberíamos hacer para prevenir el sufrimiento. Necesitamos una visión positiva de la forma en que podemos cargar sobre nosotros el sufrimiento del mundo y transformarlo por el poder del Espíritu Santo”[13].
Linzey insiste que los cristianos tienen que ir más allá de la idea de que Dios sufre cuando los humanos sufren. Cuando aceptamos plenamente el hecho de que “Dios sufre en todas las criaturas sufrientes” estaremos más preparados para aceptar nuestro papel de mayordomos[14]. Desafortunadamente, para los adherentes a ésta y otras posturas, los oyentes probablemente se limiten a decir: “Sí, pero…” Más allá del “Sí, pero…”
Cada uno de los argumentos ya descritos ha recibido gran aceptación en los ámbitos filosóficos y populares, pero el número de vegetarianos no refleja esos niveles de aceptación. La gente acepta intelectualmente los argumentos pero sigue comiendo hamburguesas. Es verdad que el vegetarianismo tiene más aceptación en el presente que hace 20 ó 30 años pero, ¿por qué la gente no modifica su estilo de vida? Y los que lo hacen, como muestra la encuesta de Amato y Partridge, ¿lo hacen por compasión hacia los animales que sufren el cruel destino del consumo humano?
Moralidad, convicción y acción
Es posible defender con habilidad los problemas morales asociados con el consumo de carne, pero cuando uno pasa de la simple descripción para prescribir obligaciones y acciones personales, es necesario llegar al corazón de la audiencia. Los cambios en la práctica personal a menudo se originan más en el corazón que en la mente. Los buenos argumentos no necesariamente se traducen en un cambio de estilo de vida. (Para entender la motivación de los autores de adoptar una dieta vegetariana, lee los relatos adicionales.) Sharon Bloyd-Peshkin critica a los grupos ambientales, afirmando que estos grupos han fracasado en diseminar el vegetarianismo por temor a perder el número de miembros y los ingresos financieros. Sus observaciones en relación con los temas y métodos enfatizados por los grupos ambientales certifican aún más que las acciones prácticas surgirán sólo cuando las personas sean alcanzadas emocionalmente, además de intelectualmente. Al analizar las razones por las cuales los grupos ambientales no se vuelven vegetarianos, Bloyd-Peshkin revela que una decisión difícil no es tanto el producto de un argumento sólido sino que son las emociones las que producen resultados concretos. Bloyd-Peshkin tiene razón al señalar que “el impacto ambiental del consumo de carne es demasiado indirecto”. Uno no se siente inducido a abandonar la carne en la fila del supermercado. Por el contrario, la reacción es diferente cuando uno se enfrenta con escenas de sufrimiento y tortura que preceden a la aparición de esa carne en el supermercado. Como dice ella, “es más probable que uno…. se enoje al ver la planta industrial que está en camino a casa, porque uno ve la contaminación que produce”[15].
Hume y la fuerza de los sentimientos
No es ninguna novedad que los agentes morales son movidos más por la emoción que por la razón. Las obras filosóficas de David Hume destacaron esta realidad en el siglo XVIII. Pero la hegemonía del racionalismo en la moralidad de la sociedad occidental ha servido para que sus adherentes se opongan a apelar a la emoción en el proceso de desarrollar argumentos morales, ya que su uso es ridiculizado como sentimentalismo barato[16].
Hume se rehusó a ignorar la fuerza del sentimiento en la vida moral del ser humano. Por el contrario, este sentimiento, considerado único en los humanos, distingue su capacidad de vivir una vida moral. Es ese “sentimiento de desaprobación que inevitablemente sentimos ante la aprehensión del barbarismo o la traición” lo que nos lleva a declarar tales actos como criminales o inmorales. Hume insiste que los actos humanos nunca son atribuibles a una razón “fría y desprendida”. La razón puede transmitir “el conocimiento de la verdad y la falsedad”, pero nunca servirá para adjuntar valoraciones de la virtud y el vicio, la esencia de la moralidad. Además, la razón nunca puede motivar a alguien a la acción.
El sentimiento es la “primera fuente o impulso hacia el deseo y la voluntad”. Según Hume, “los fines últimos de las acciones humanas nunca pueden ser atribuidos a la razón, sino recomendarse enteramente a los sentimientos y afectos del ser humano, sin dependencia alguna de las facultades intelectuales”[17].
Annette Baier, la defensora de Hume más prominente y capaz en la actualidad, lo resume así: “Para toda motivación a la acción, y para toda reacción evaluadora, la ‘razón’ debe ‘concordar’ con alguna ‘pasión’; la ‘cabeza’ debe obrar para el ‘corazón’”[18]. Es así que el cultivo y la práctica de estos sentimientos humanos permite la realidad práctica de vivir una vida moral.
¿Qué significa esto para la defensa del vegetarianismo? Se requiere algo más para lograr que la gente cambie sus hábitos alimentarios. Los buenos argumentos filosóficos no vuelven a nadie vegetariano. Los sentimientos morales, sin embargo, a menudo lo logran. La fuerza moral de los movimientos del corazón es un elemento esencial en la elección de un estilo de vida vegano.
Las virtudes del veganismo
La simpatía es una de las virtudes relacionadas con el interés por el otro, ya que ese es su objeto de atención, pero presupone una cierta habilidad del agente para adoptar disposiciones altruistas y empáticas. Es así que cuando otro sufre, la simpatía nos impulsa a responder de una forma que alivie ese sufrimiento. Al igual que Hume, Edward F. Mooney afirma que la simpatía es “el ‘mecanismo’ por el cual compartimos la situación del otro y nos sentimos impulsados a responder con benevolencia”[19].
La compasión está estrechamente ligada a la simpatía en esa relación con el otro. Etimológicamente, el énfasis está en la similitud del sentimiento del otro; literalmente, en “sufrir con”. Hay un sentimiento de comunidad compartida con otros humanos y, basados en la idea de mayordomía ya descrita, un sentido extendido de comunidad compartida que incluye a todos los seres. Como otras virtudes que requieren la emoción del agente, la compasión trasciende el simple estado afectivo para llegar a la acción.
Sin embargo, como señala Lawrence Blum, esto implica que a menudo uno actuará “contrariamente al humor o las inclinaciones propias” porque lo hará en favor del otro. De hecho, aun cuando nuestras acciones puedan no eliminar inmediatamente el sufrimiento ajeno, tienen un “valor intrínseco para el sufriente, independientemente de su valor instrumental de mejorar” la suerte del otro[20].
Conclusión
¿Qué efecto práctico tendrá la inclusión de la simpatía y la compasión en los argumentos intelectuales del vegetarianismo? Creemos que si nos transformamos en una sociedad donde se valoren y practiquen esas virtudes, veremos un aumento del vegetarianismo y una disminución en el consumo de carne. Estas virtudes nos servirán para trascender la aceptación moral de los argumentos en favor del vegetarianismo hacia su práctica real.
¿Tienen peso los argumentos filosóficos como para establecer la obligación moral de ser vegetarianos? ¿Requiere la virtud que los consumidores de carne se vuelvan vegetarianos? Y si es así, ¿debería la sociedad avanzar hacia la prohibición de la producción y el consumo de carne? El presionar sobre obligaciones morales o legales continúa siendo problemático aun frente a los argumentos poderosos en favor del vegetarianismo. No podemos ni requerir que las personas sean virtuosas ni que coman ciertos alimentos, en especial en la cultura contemporánea. Es posible que llegue el tiempo en que las crisis ambientales y sociopolíticas de la humanidad obligue a los legisladores a exigir tales prácticas alimentarias. Mientras tanto, debemos conformarnos con la idea de que el veganismo se limita a ser moralmente loable.
El chillido del conejo
Varias encinas magníficas se elevaban por detrás de la vieja cabaña. Papá, mi hermano Pete y yo estábamos en nuestra primera excursión de caza en la granja de mi abuelo en Michigan. Según papá, los conejos que habitaban en esos árboles eran particularmente veloces. Pete y yo caminábamos en la parte posterior de la cabaña sin hablar, ya que sabíamos que si los conejos nos oían, escaparían antes de que pudiéramos disparar.
Al llegar al borde de la cabaña, alisté mi escopeta de 20, un conejo salió como una flecha hacia las malezas del fondo. Nada en el mundo me podría haber distraído en ese momento, mientras mantenía al conejo dentro de mi campo visual, como papá me había enseñado. El animal se detuvo justo al comienzo de las malezas. Sabía que tenía que acercarme para dispararle así que me arrastré hacia él, pero antes de que pudiera acortar distancias, la caza terminó.
El tiro del rifle de papá resonó sobre mí al mismo tiempo que veía caer al conejo. Por el chillido del animal, supe que papá no lo había matado. El chillido era tan agudo e intenso que corrimos lugar donde el animal se retorcía de dolor. Papá se agachó y lo tomó de las patas traseras, lo apoyó en el piso, puso su pie sobre la cabeza del conejo y tiró. La sangre saltó de su cuerpo mientras su corazón intentaba un último esfuerzo. Aunque traté, no pude ocultar el horror que sentí. Papá lo habrá notado, porque lo que dijo reveló su propia necesidad de justificar esa acción delante de sus dos hijos. “Es la forma más rápida de sacarlo de su miseria”, comentó. —Mark F. Carr
Las plumas del faisán
Me sentía sumamente orgulloso de mi nueva escopeta de 12 milímetros, que había comprado con el dinero que había ganado cosechando habichuelas verdes. Mi objetivo era aprender a cazar faisanes, gansos canadienses y otras “aves de caza” que abundaban en el Valle de Willamette, donde me crié. Mis padres confiaban en que mis 14 años eran suficientes para esa actividad.
Las primeras excursiones con mi amigo Bob no tuvieron éxito. A pesar de nuestros esfuerzos y de que los faisanes chinos son lentos y ruidosos al iniciar el vuelo, erramos todos los tiros. En realidad, nuestras salidas no eran más que largas caminatas otoñales salpicadas de momentos de excitación y disparos infructuosos.
Pero una mañana fuimos a cazar con “los grandes”: el hermano de Bob y su amigo. Como principiantes, se nos ordenó ir hasta el otro lado del maizal y esperar. Ellos, junto a su perro cazador, irían avanzando en nuestra dirección. Si erraban al blanco, debíamos disparar hacia las aves que volaban hacia nosotros.
Y así fue. Un magnífico faisán chino macho voló esquivando el disparo y se dirigió directamente hacia donde me encontraba agazapado. Apunté y disparé justo cuando me sobrevolaba. Las plumas se desperdigaron en todas direcciones. El perro vino corriendo y escogió la parte más grande de lo que quedaba del faisán. Estaba casi partido en dos. Pero en los restos podía ver el asombroso anillo blanco del pescuezo, las plumas rojas y verde oscuras de la cabeza y las hermosas largas y rayadas de la cola. El hermano de Bob le echó una mirada, dijo que no valía la pena llevarlo y lo arrojó entre unas zarzamoras.
Mientras ocultaba mi desilusión con falso fanfarroneo, tomé una de las plumas y la coloqué en mi gorra de caza. Más tarde, ya en casa, la analicé. No podía borrar de mi mente el ave colorida que había sido despedazada sin razón alguna. La irremediable estupidez de esa acción me abrumaba. Puse la escopeta en el armario, con el tiempo la vendí, y nunca más cacé ningún animal. —Gerald R. Winslow
El consumo de carne y su industria son perjudiciales para los humanos y su medio ambiente. No hay duda de que el vegetarianismo es una mejor forma de vida. Pero al afirmar eso, ¿trascendemos la investigación científica para hablar de valores? A eso se suelen limitar los argumentos a favor del vegetarianismo: publicar los beneficios de una dieta sin carne o presentar argumentos morales.
La pregunta es: ¿Es una obligación moral adoptar una dieta vegetariana? Tom Regan, un destacado defensor de los derechos animales, contribuyó a llevar la discusión de lo que algunos llaman “vegetarianismo ético” dentro de un marco moral[1]. Regan creía que si presentaba argumentos sólidos su audiencia optaría por el vegetarianismo. “Si mi razonamiento es correcto, la mayoría de los que lean esto deberían experimentar una transformación radical en sus vidas”, afirmaba[2]. Como muchos otros, Regan no buscaba tan sólo defender el vegetarianismo. En realidad, buscaba no sólo cambiar la manera de pensar de las personas, sino también de alimentarse. Sin embargo, ¿tienen esos argumentos el peso suficiente como para producir un convencimiento intelectual y un cambio de conducta? Estos interrogantes nos motivan a considerar los argumentos en favor del vegetarianismo. Si bien podríamos agruparlos de diversas maneras, hemos seleccionado cinco categorías[3].
La salud como argumento
Los estudios científicos han mostrado que la proteína animal no es un elemento esencial en la dieta humana. Además, otros estudios muestran que la incidencia de algunas enfermedades se reduce significativamente en los que se abstienen de consumir carne[4]. Los que analizan el tema desde una perspectiva cristiana alegan que el vegetarianismo fue la “dieta original” de Dios, y citan la historia de la creación y la abundancia que Dios dio a Adán y Eva en el Edén. Según esta postura, el ser humano fue diseñado para vivir sin necesidad de utilizar la carne como alimento.
El segundo argumento desde una perspectiva cristiana se basa en evidencias científicas que muestran que la dieta vegetariana es más saludable. Como Dios creó nuestros cuerpos para que sean la habitación del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16,17; 6:19, 20), tenemos la obligación de vivir vidas saludables. O sea que, al entender que esa es la dieta más saludable y que es posible implementarla, llega a ser la dieta moralmente preferible.
Los derechos de los animales
Al referirse a los deberes éticos hacia los animales, algunos autores combinan el lenguaje utilitario con el de los derechos de los animales[5]. Para ellos es crucial la conciencia del daño y el sufrimiento que experimentan los animales usados como alimento. Es considerado inmoral causar ese sufrimiento para meramente satisfacer nuestras preferencias alimentarias.
Entre los estudios que culminaron en el libro The New Vegetarians: Promoting Health and Protecting Life [Los nuevos vegetarianos: la promoción de la salud y la protección de la vida], Paul R. Amato y Sonia A. Partridge identificaron 11 razones por las que la gente es vegetariana.
La primera es “la preocupación por el sufrimiento animal o la creencia en los derechos animales”[6]. La aceptación generalizada de estos derechos hace que éste sea un argumento particularmente fácil de aceptar. Es triste, sin embargo, que los derechos de las vacas, los pollos y los cerdos desconocidos sigan siendo anulados por los deseos del paladar. Además, tanto sus fundamentos filosóficos como las aplicaciones prácticas, continúan siendo difíciles de establecer en los humanos y aun más difícil en los animales.
Las preocupaciones ambientales
A pesar de los esfuerzos de gente como Jeremy Rifkin[7] y Francis Moore Lappe[8], y más allá del éxito de sus libros, sólo un pequeño número de personas parece haber cambiado su dieta como resultado de preocupaciones ambientales. Por ejemplo, en la encuesta ya mencionada de Amato y Partridge, se halló que sólo un cinco por ciento se hizo vegetariano por sus preocupaciones ambientales[9]. Por eso, aunque los éticos ambientales insisten en adoptar métodos de conservación y utilización de la tierra, rara vez se refieren explícitamente al vegetarianismo como obligación moral.
La evolución social
Nos referimos aquí a una variedad de posturas y autores que abogan por un cambio sociopolítico, reconociendo que existe cierta superposición con otras categorías. La obra de Lappe, por ejemplo, encaja en más de una categoría. Notemos su preocupación en el prefacio de la edición revisada Dieta para un mundo pequeño:surgió una duda más profunda… en relación con la dirección, con el impacto de lo sugerido. ¿Se interesarían los lectores de mi libro, y aun se centrarían tanto en los detalles nutricionales como para olvidar o ignorar el verdadero mensaje? [10]
¿Cuál era ese “verdadero mensaje”? Más que nada, la autora deseaba que su trabajo destacara la manera en que la dieta individual “nos relaciona con los interrogantes más abarcantes del suministro de alimentos para toda la humanidad”[11].
En la edición revisada y actualizada, Lappe destacó que le interesaba no sólo hacer que la cocina y la alimentación sean más simples y mejores sino también “la significación política y social” de nuestras elecciones alimentarias[12].
La mayordomía
El principio de mayordomía incorpora las preocupaciones de los éticos ambientales y de los activistas de los derechos de los animales. Andrew Linzey, al considerar el tema desde una perspectiva cristiana, insta a efectuar un cambio radical en la manera cristiana de interpretar su relación para con la creación divina. Linzey desafía la idea cristiana tradicional que afirma que este mundo y todo lo que está en él fue hecho tan sólo para elevar la raza humana. Los humanos son únicos en el orden de la creación, y esta característica requiere que asuman el papel especial de “especie sierva”. Como siervos de la creación, los mayordomos deben protegerla, imitando así a Dios. Basado en el concepto teológico del Dios sufriente, Linzey proclama: “No es suficiente tener una visión negativa de lo que deberíamos hacer para prevenir el sufrimiento. Necesitamos una visión positiva de la forma en que podemos cargar sobre nosotros el sufrimiento del mundo y transformarlo por el poder del Espíritu Santo”[13].
Linzey insiste que los cristianos tienen que ir más allá de la idea de que Dios sufre cuando los humanos sufren. Cuando aceptamos plenamente el hecho de que “Dios sufre en todas las criaturas sufrientes” estaremos más preparados para aceptar nuestro papel de mayordomos[14]. Desafortunadamente, para los adherentes a ésta y otras posturas, los oyentes probablemente se limiten a decir: “Sí, pero…” Más allá del “Sí, pero…”
Cada uno de los argumentos ya descritos ha recibido gran aceptación en los ámbitos filosóficos y populares, pero el número de vegetarianos no refleja esos niveles de aceptación. La gente acepta intelectualmente los argumentos pero sigue comiendo hamburguesas. Es verdad que el vegetarianismo tiene más aceptación en el presente que hace 20 ó 30 años pero, ¿por qué la gente no modifica su estilo de vida? Y los que lo hacen, como muestra la encuesta de Amato y Partridge, ¿lo hacen por compasión hacia los animales que sufren el cruel destino del consumo humano?
Moralidad, convicción y acción
Es posible defender con habilidad los problemas morales asociados con el consumo de carne, pero cuando uno pasa de la simple descripción para prescribir obligaciones y acciones personales, es necesario llegar al corazón de la audiencia. Los cambios en la práctica personal a menudo se originan más en el corazón que en la mente. Los buenos argumentos no necesariamente se traducen en un cambio de estilo de vida. (Para entender la motivación de los autores de adoptar una dieta vegetariana, lee los relatos adicionales.) Sharon Bloyd-Peshkin critica a los grupos ambientales, afirmando que estos grupos han fracasado en diseminar el vegetarianismo por temor a perder el número de miembros y los ingresos financieros. Sus observaciones en relación con los temas y métodos enfatizados por los grupos ambientales certifican aún más que las acciones prácticas surgirán sólo cuando las personas sean alcanzadas emocionalmente, además de intelectualmente. Al analizar las razones por las cuales los grupos ambientales no se vuelven vegetarianos, Bloyd-Peshkin revela que una decisión difícil no es tanto el producto de un argumento sólido sino que son las emociones las que producen resultados concretos. Bloyd-Peshkin tiene razón al señalar que “el impacto ambiental del consumo de carne es demasiado indirecto”. Uno no se siente inducido a abandonar la carne en la fila del supermercado. Por el contrario, la reacción es diferente cuando uno se enfrenta con escenas de sufrimiento y tortura que preceden a la aparición de esa carne en el supermercado. Como dice ella, “es más probable que uno…. se enoje al ver la planta industrial que está en camino a casa, porque uno ve la contaminación que produce”[15].
Hume y la fuerza de los sentimientos
No es ninguna novedad que los agentes morales son movidos más por la emoción que por la razón. Las obras filosóficas de David Hume destacaron esta realidad en el siglo XVIII. Pero la hegemonía del racionalismo en la moralidad de la sociedad occidental ha servido para que sus adherentes se opongan a apelar a la emoción en el proceso de desarrollar argumentos morales, ya que su uso es ridiculizado como sentimentalismo barato[16].
Hume se rehusó a ignorar la fuerza del sentimiento en la vida moral del ser humano. Por el contrario, este sentimiento, considerado único en los humanos, distingue su capacidad de vivir una vida moral. Es ese “sentimiento de desaprobación que inevitablemente sentimos ante la aprehensión del barbarismo o la traición” lo que nos lleva a declarar tales actos como criminales o inmorales. Hume insiste que los actos humanos nunca son atribuibles a una razón “fría y desprendida”. La razón puede transmitir “el conocimiento de la verdad y la falsedad”, pero nunca servirá para adjuntar valoraciones de la virtud y el vicio, la esencia de la moralidad. Además, la razón nunca puede motivar a alguien a la acción.
El sentimiento es la “primera fuente o impulso hacia el deseo y la voluntad”. Según Hume, “los fines últimos de las acciones humanas nunca pueden ser atribuidos a la razón, sino recomendarse enteramente a los sentimientos y afectos del ser humano, sin dependencia alguna de las facultades intelectuales”[17].
Annette Baier, la defensora de Hume más prominente y capaz en la actualidad, lo resume así: “Para toda motivación a la acción, y para toda reacción evaluadora, la ‘razón’ debe ‘concordar’ con alguna ‘pasión’; la ‘cabeza’ debe obrar para el ‘corazón’”[18]. Es así que el cultivo y la práctica de estos sentimientos humanos permite la realidad práctica de vivir una vida moral.
¿Qué significa esto para la defensa del vegetarianismo? Se requiere algo más para lograr que la gente cambie sus hábitos alimentarios. Los buenos argumentos filosóficos no vuelven a nadie vegetariano. Los sentimientos morales, sin embargo, a menudo lo logran. La fuerza moral de los movimientos del corazón es un elemento esencial en la elección de un estilo de vida vegano.
Las virtudes del veganismo
La simpatía es una de las virtudes relacionadas con el interés por el otro, ya que ese es su objeto de atención, pero presupone una cierta habilidad del agente para adoptar disposiciones altruistas y empáticas. Es así que cuando otro sufre, la simpatía nos impulsa a responder de una forma que alivie ese sufrimiento. Al igual que Hume, Edward F. Mooney afirma que la simpatía es “el ‘mecanismo’ por el cual compartimos la situación del otro y nos sentimos impulsados a responder con benevolencia”[19].
La compasión está estrechamente ligada a la simpatía en esa relación con el otro. Etimológicamente, el énfasis está en la similitud del sentimiento del otro; literalmente, en “sufrir con”. Hay un sentimiento de comunidad compartida con otros humanos y, basados en la idea de mayordomía ya descrita, un sentido extendido de comunidad compartida que incluye a todos los seres. Como otras virtudes que requieren la emoción del agente, la compasión trasciende el simple estado afectivo para llegar a la acción.
Sin embargo, como señala Lawrence Blum, esto implica que a menudo uno actuará “contrariamente al humor o las inclinaciones propias” porque lo hará en favor del otro. De hecho, aun cuando nuestras acciones puedan no eliminar inmediatamente el sufrimiento ajeno, tienen un “valor intrínseco para el sufriente, independientemente de su valor instrumental de mejorar” la suerte del otro[20].
Conclusión
¿Qué efecto práctico tendrá la inclusión de la simpatía y la compasión en los argumentos intelectuales del vegetarianismo? Creemos que si nos transformamos en una sociedad donde se valoren y practiquen esas virtudes, veremos un aumento del vegetarianismo y una disminución en el consumo de carne. Estas virtudes nos servirán para trascender la aceptación moral de los argumentos en favor del vegetarianismo hacia su práctica real.
¿Tienen peso los argumentos filosóficos como para establecer la obligación moral de ser vegetarianos? ¿Requiere la virtud que los consumidores de carne se vuelvan vegetarianos? Y si es así, ¿debería la sociedad avanzar hacia la prohibición de la producción y el consumo de carne? El presionar sobre obligaciones morales o legales continúa siendo problemático aun frente a los argumentos poderosos en favor del vegetarianismo. No podemos ni requerir que las personas sean virtuosas ni que coman ciertos alimentos, en especial en la cultura contemporánea. Es posible que llegue el tiempo en que las crisis ambientales y sociopolíticas de la humanidad obligue a los legisladores a exigir tales prácticas alimentarias. Mientras tanto, debemos conformarnos con la idea de que el veganismo se limita a ser moralmente loable.
El chillido del conejo
Varias encinas magníficas se elevaban por detrás de la vieja cabaña. Papá, mi hermano Pete y yo estábamos en nuestra primera excursión de caza en la granja de mi abuelo en Michigan. Según papá, los conejos que habitaban en esos árboles eran particularmente veloces. Pete y yo caminábamos en la parte posterior de la cabaña sin hablar, ya que sabíamos que si los conejos nos oían, escaparían antes de que pudiéramos disparar.
Al llegar al borde de la cabaña, alisté mi escopeta de 20, un conejo salió como una flecha hacia las malezas del fondo. Nada en el mundo me podría haber distraído en ese momento, mientras mantenía al conejo dentro de mi campo visual, como papá me había enseñado. El animal se detuvo justo al comienzo de las malezas. Sabía que tenía que acercarme para dispararle así que me arrastré hacia él, pero antes de que pudiera acortar distancias, la caza terminó.
El tiro del rifle de papá resonó sobre mí al mismo tiempo que veía caer al conejo. Por el chillido del animal, supe que papá no lo había matado. El chillido era tan agudo e intenso que corrimos lugar donde el animal se retorcía de dolor. Papá se agachó y lo tomó de las patas traseras, lo apoyó en el piso, puso su pie sobre la cabeza del conejo y tiró. La sangre saltó de su cuerpo mientras su corazón intentaba un último esfuerzo. Aunque traté, no pude ocultar el horror que sentí. Papá lo habrá notado, porque lo que dijo reveló su propia necesidad de justificar esa acción delante de sus dos hijos. “Es la forma más rápida de sacarlo de su miseria”, comentó. —Mark F. Carr
Las plumas del faisán
Me sentía sumamente orgulloso de mi nueva escopeta de 12 milímetros, que había comprado con el dinero que había ganado cosechando habichuelas verdes. Mi objetivo era aprender a cazar faisanes, gansos canadienses y otras “aves de caza” que abundaban en el Valle de Willamette, donde me crié. Mis padres confiaban en que mis 14 años eran suficientes para esa actividad.
Las primeras excursiones con mi amigo Bob no tuvieron éxito. A pesar de nuestros esfuerzos y de que los faisanes chinos son lentos y ruidosos al iniciar el vuelo, erramos todos los tiros. En realidad, nuestras salidas no eran más que largas caminatas otoñales salpicadas de momentos de excitación y disparos infructuosos.
Pero una mañana fuimos a cazar con “los grandes”: el hermano de Bob y su amigo. Como principiantes, se nos ordenó ir hasta el otro lado del maizal y esperar. Ellos, junto a su perro cazador, irían avanzando en nuestra dirección. Si erraban al blanco, debíamos disparar hacia las aves que volaban hacia nosotros.
Y así fue. Un magnífico faisán chino macho voló esquivando el disparo y se dirigió directamente hacia donde me encontraba agazapado. Apunté y disparé justo cuando me sobrevolaba. Las plumas se desperdigaron en todas direcciones. El perro vino corriendo y escogió la parte más grande de lo que quedaba del faisán. Estaba casi partido en dos. Pero en los restos podía ver el asombroso anillo blanco del pescuezo, las plumas rojas y verde oscuras de la cabeza y las hermosas largas y rayadas de la cola. El hermano de Bob le echó una mirada, dijo que no valía la pena llevarlo y lo arrojó entre unas zarzamoras.
Mientras ocultaba mi desilusión con falso fanfarroneo, tomé una de las plumas y la coloqué en mi gorra de caza. Más tarde, ya en casa, la analicé. No podía borrar de mi mente el ave colorida que había sido despedazada sin razón alguna. La irremediable estupidez de esa acción me abrumaba. Puse la escopeta en el armario, con el tiempo la vendí, y nunca más cacé ningún animal. —Gerald R. Winslow
Fuente: haztevegetariano.com - Una dieta sin carne: ¿Más allá de los argumentos intelectuales?
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REFERENCIAS
[1] La expresión “vegetarianos éticos” no se refiere a los vegetarianos que son moralmente correctos, sino más bien a los que eligen esta dieta por razones éticas. Ver Paul R. Amato y Sonia A. Partridge, The New Vegetarians: Promoting Health and Protecting Life (New York: Plenum,
1989), p. 35ff; Andrew Linzey y Jonathan Webber, “Vegetarianism”, Dictionary of Ethics, Theology and Society (New York: Routledge, 1996); Gotthard M. Teutsch, “Killing Animals: Reflections on the Ethics of Meat Eating”, Universitas 2 (1993): 98-107.
[2] Tom Regan, All That Dwell Therein: Animal Rights and Environmental Ethics (Berkeley: University of California Press, 1982), p. 4. Peter Singer, autor de Animal Liberation: A New Ethics for Our Treatment of Animals (New York: Avon Books,1975), también trasciende la simple preocupación por el trato animal al afirmar que el vegetarianismo “no es un mero gesto simbólico…. Llegar a ser vegetariano es el paso más práctico y efectivo que se puede tomar para terminar con la matanza animal y para dejar de infligirles sufrimientos” (p. 165).
[3] Ver el artículo de William O. Stephens “Five Arguments for Vegetarianism”, Environmental Ethics: Concepts, Policy, Theory (Mountain View, Calif.: Mayfield Publishing Company, 1998); Jordan Curnutt, “A New Argument for Vegetarianism”, Journal of Social Philosophy 28 (Winter 1997) 3: 153-172.
[4] Para una buena introducción a una investigación en relación con esto, ver G. E. Fraser, “Associations Between Diet, Cancer, Ischemic Heart Disease, and All-Cause Mortality in Non- Hispanic White California Seventh-day Adventists”, American Journal of Clinical Nutrition 70
(suplemento, 1999): 5325- 5385.
[5] Peter Singer y Tom Regan son los autores más destacados dentro de esta categoría. Animal Liberation (1975), de Peter Singer, sirvió para que la defensa del vegetarianismo se trasladara al ámbito moral.
[6] Paul R. Amato y Sonia A. Partridge, The New Vegetarians: Promoting Health and Protecting Life (New York: Plenum Press, 1989), p. 34.
[7] Ver Jeremy Rifkin, Beyond Beef: The Rise and Fall of the Cattle Culture (New York: Dutton Books, 1992).
[8] Ver Francis Moore Lappe, Diet for a Small Planet, rev. ed. (New York: Ballantine Books, novena impresión, 1978).
[9] Amato and Partridge, ibíd
[10] Lappe, p. xviii.
[11] Ibíd.
[12] Id., p. xix.
[13] Andrew Linzey, Animal Theology (Chicago: University of Illinois Press, 1995), pp. 58, 59.
[14] Ibíd.
[15] Sharon Bloyd-Peshkin, “Mumbling About Meat”, Vegetarian Times, October, 1991, p. 72.
[16] Tom Regan revela esta disposición cuando afirma en All That Dwell Therein, p. 4, que es posible suponer que los vegetarianos “sufren de un perverso sentimentalismo”. Que ellos “representan una forma de vida donde un excesivo sentimentalismo ha rebosado los bordes de la acción racional”. Afortunadamente, Regan rechaza esta postura, aunque no ignora la fuerza del sentimiento al proceder en su esfuerzo de proveer un “fundamento racional” para el vegetarianismo.
[17] David Hume, An Enquiry Concerning the Principles of Morals, reimpresión de la edición de 1777 (La Salle, Illinois: Open Court, 2a. ed., séptima impresión, 1995), p. 134.
[18] Annette Baier, “Hume, David” Encyclopedia of Ethics (New York:
Garland, 1992).
[19] Edward F. Mooney, “Sympathy”, Encyclopedia of Ethics.
[20] Lawrence Blum, “Compassion”, en Explaining Emotions; editado por A.Rorty (Berkeley: University of California Press, 1980), p. 515.
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